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7 de diciembre de 2012

Comme un chef (2012), Daniel Cohen

Un joven talento de la haute cuisine francesa permanece en el anonimato. Trata de ganarse la vida en restaurantes de mala muerte donde no valoran sus destrezas y siempre acaban por despedirle. A punto de tener un hijo, la necesidad y el consejo de su mujer, lo impulsan a cambiar de oficio. Algo que, como suele ser habitual en este tipo de comedias, sucede por poco tiempo.


El chef estrella que busca mantener su reconocimiento, el aprendiz talentoso que va de la calamidad personal a la profesional, la evolución positiva de ambos personajes, la tradición frente a la modernidad, los críticos culinarios como amenaza… Por el desarrollo y similitud de la trama, podríamos decir que El chef, la receta de la felicidad se trata de una especie de versión francesa de la española  Fuera de carta (Nacho G. Velilla, 2008). Con la diferencia de que Javier Cámara destaca muy por encima de Michaël Youn. Aunque cabe destacar que el tándem de éste último con Jean Reno no sólo funciona, sino que es lo que mantiene la película en pie. Una vez más, el actor hispano francés sigue estando a la altura en sus papeles cómicos.


Lejos de películas sobre cocina más reflexivas, como la actualmente reestrenada en su 25 aniversario El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987) o la estimulante Estómago (Marcos Jorge, 2007), El chef, la receta de la felicidad es una película simpática y sin pretensiones. Una producción sencilla que evita giros inesperados de guión y trata de entretener sin más. Utilizando vehementemente una receta comedida con un buen margen de éxito familiar, el director nobel Daniel Cohen pone sobre la mesa todos los tópicos posibles y algunos recursos que aunque poco creíbles, hacen sonreír a menudo sin conseguir la carcajada. Menos todavía cuando Santiago Segura hace una de las apariciones más desaliñadas que se le recuerdan. Interpretando a una personalidad de la nouvelle cuisine española, escenifica uno de los muchos guiños de parodia hacia las últimas tendencias de la cocina moderna que aparecen en el film.


No se puede pedir donde no hay. El chef, la receta de la felicidad no podría haber conseguido una meta más elevada porque sencillamente, no se lo propone. Ideal para compartir en familia la sobremesa del domingo.

17 de noviembre de 2012

La parte de los ángeles (2012), Ken Loach

Un grupo de jóvenes escoceses se encuentra ante el juez que ha de dictar su sentencia. Víctimas de una sociedad cada vez más desestructurada y cruel que les ha dado muy pocas oportunidades, ansían una segunda oportunidad que les permita una vida mejor. Han cometido delitos como alteración del orden público (subiéndose a una estatua o cayendo a la vía de un tren bajo los efectos del alcohol, por ejemplo), pequeños robos o agresión injustificada. Finalmente, el juez los condena a 300 horas de trabajos sociales, perdonando en algunos casos penas de cárcel. Y observando a estos parias, con problemas educativos, situaciones familiares graves y sin trabajo, que son los primeros que pagan ante la ley, uno siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿acaso están pagando algo esos que verdaderamente están hundiendo nuestro sistema económico, esos políticos, banqueros y peces gordos corruptos que merodean a sus anchas sin la presión siquiera de dimitir de sus cargos?


Ken Loach y su guionista Paul Laverty (con el que lleva trabajando casi veinte años) presentan de entrada el típico drama social que caracteriza su cine. Críticos y militantes, han dado a luz películas conmovedoras como Mi nombre es Joe o Sólo un beso. Puesto que han seguido un fiel y coherente recorrido temático en su cine, no es de extrañar que los protagonistas de La parte de los ángeles sean gente perdida, aislada, con poco que ganar y mucho que perder. Sin embargo, rápidamente empieza a palparse en la película cierto sentido del humor y un ambiente más sosegado de lo común. Loach otorga al fin a sus personajes una segunda oportunidad. Cuando uno ya se está encariñando con ellos y teme que llegue el giro en la trama que termine de hundirlos en la miseria, se produce el milagro.

Todo lo contrario que en la anterior película del cineasta en Escocia. De forma desgarradora y sin dar un ápice de protagonismo a los tópicos escoceses, Sweet Sexteen planteaba un drama sobre la difícil adolescencia de un joven condenado a ser víctima de la corrupción y la desigualdad. Sin embargo, La parte de los ángeles le da una vuelta de tuerca al asunto y a medida que va transformándose en comedia muestra con simpatía mucho whisky y faldas escocesas. Sin hacer mucho ruido, se convierte en una película afable y llevadera, en la que sus protagonistas arrastran al espectador consigo a la hora de emprender una aventura que cambiará sus vidas.

20 de julio de 2012

El dictador (2012), Larry Charles


El tándem Larry Charles y Sacha Baron Cohen ha dado mucho de qué hablar en los últimos años. Partiendo de su más que polémica Borat, que causó crispación en ciertos círculos de la Academia estadounidense, han realizado tres producciones en las que el británico Baron Cohen es protagonista y coguionista. Y su personalidad salta a la vista en cada una de ellas, como lo hizo en su notable interpretación en La invención de Hugo (Martin Scorsese,  2011).

Ambos han creado un estilo característico e incendiario, no sin tomar alguna que otra referencia de otros cineastas. En este caso, la mueca se hace visible desde el propio título de la película, a El gran dictador, una de las obras maestras del único e inigualable Charles Chaplin. Larry Charles y Baron Cohen van más allá y toman además en herencia el elemento del “doble” (por el desdoblamiento del personaje del dictador en ambas películas), la sátira creativa e incisiva e incluso algunos fragmentos de diálogo que pasadas las décadas podrían perfectamente adecuarse de una a otra película.

Quizás el planteamiento de El dictador sea menos inteligente y profundo que el de Chaplin, pero da rienda suelta a todo un repertorio de gags y situaciones de total desparrame y locura. Momentos en los que no se salva nadie, porque hay mamporros para todos. Como en Borat, se echa mano de las diferencias culturales entre el pueblo norteamericano y lo que le es ajeno, para cuestionar sus costumbres e ideologías. Así Sacha Cohen encarna a un dictador musulmán de un país del norte de África que viaja a Estados Unidos y es víctima de una conspiración que tiene como cometido la instauración de la democracia en su país. De esta forma consigue comparar cínicamente unas y otras culturas y algunas de las acciones que acometen. Tanto que en cada escena se busca el alboroto y una carcajada mayor, utilizando como arma principal la provocación.

Esta vez no existe ese formado difícil de encasillar, de ficción en clave documental que vimos en Borat. Se trata de un relato convencional donde hay espacio para la historia de amor, la evolución psicológica típica del personaje y un planteamiento de estructuración clásico en tres partes. Eso sí, hay espacio de sobra para la risa y la crítica.

6 de julio de 2012

Hysteria (2011), Tanya Wexler

Resulta increíble que hasta 1952 se diagnosticara la histeria como una “enfermedad” que afectaba a las mujeres. Sus síntomas, cosas tan naturales como la desconformidad, los cambios de humor, los pensamientos impuros o el apetito sexual. Algo únicamente solucionado por un doctor que en la Inglaterra victoriana de finales del s. XIX, en plena epidemia de histeria, encontró la cura: el vibrador. 

La realizadora Tanya Wexler recurre a este curioso momento histórico para, tomando elementos de la historia real, crear una ficción en clave de comedia. Hysteria narra la aventura de este incansable doctor, célebre por tratar a las mujeres histéricas basándose en el “paroxismo uterino”. Sin ir más lejos, apaciguando los pensamientos “sombríos” del sexo opuesto utilizando sus propias manos.
Ante la incesante demanda que provocó su método revolucionario, el cansancio físico le y la pericia de su amigo inventor, le hicieron vislumbrar la idea de crear el primer patrón de vibrador eléctrico.
Sin embargo, temática a parte Hysteria entra en los cánones la típica comedia romántica. Se trata de un triángulo amoroso en el que participan dos mujeres, una de ellas clásica y contenida, la otra, incendiaria. Desde la primera escena en que aparece ésta última, se sabe a quién elegirá el apuesto caballero. Por lo que la trama se intuye de principio a fin, lo cual afortunadamente no impide que la película tenga ritmo y unas dosis de humor contagiosas.
Lo más destacable de Hysteria es que Wexler pone sobre la mesa muchos temas que por desgracia hoy siguen siendo tabú para algunos. Habla de la posición de la mujer en la Inglaterra del s. XIX y de la lucha por sus derechos. De la lucha de clases, de la modernidad o de la libertad de elección. Y podría parecer que no termine de tomarse en serio todo lo que plantea, pero lo cierto es que en la película desmonta a su manera la autoridad del hombre por completo. Mediante una comedia ligera, consigue la dosis exacta de crítica y burla hacia los planteamientos machistas que azotaron esa época y cuyos efectos por desgracia, todavía hoy siguen presentes en cierta medida.
Sin ir más lejos, Estados Unidos, ha catalogado Hysteria como no recomendada para menores de 18 años. Sin embargo, una película como Los juegos del hambre, donde un grupo de adolescentes se entrena para matarse entre sí, se gana el calificativo de no recomendada para menores de 13. O sea, que hasta cierta edad no puedes expresar tu sexualidad libremente, pero quizá si cargarte al vecino.

15 de junio de 2012

¿Y si vivimos todos juntos? (2011), Stéphane Robelin


La segunda película del francés Stéphane Robelin trata sobre la vejez en clave de comedia. Ante los primeros indicios de pérdida de memoria, de enfermedades crónicas y debilidad física, cinco amigos se niegan a vivir en una residencia o recibir asistencia. Deciden irse a vivir juntos después de una amistad de más de 40 años, para así apoyarse los unos a los otros, disfrutando de los últimos placeres de la vida.
Unas veces floja en sus planteamientos, otras también, la película esboza un sinfín de temas en los que no termina de profundizar. Un ejemplo claro es su inicio, en apariencia  reivindicativo. Vemos a estos amigos raleurs (siguiendo el tópico francés), que participaron en el mayo del 68, reivindicando de nuevo sus derechos en una manifestación actual. Una secuencia creada para presentar a los personajes y decirnos indirectamente de dónde vienen y cómo fueron en su juventud. Sin embargo, no hay conexiones con el momento actual, no hay una reflexión clara en lo referente a cómo esa vivencia cambió sus vidas o en qué medida pueden haber conexiones hay entre ese periodo reivindicativo y el que se vive actualmente.
¿Y si vivimos todos juntos? refleja positivamente (lo cual es, por otra parte, de agradecer) un momento en la vida de las personas que en muchos casos puede ser de gran dureza. El problema es que ante la complejidad de sentimientos que provoca la decrepitud inminente del cuerpo y la mente o el enfrentamiento a la enfermedad terminal, el punto de vista de la película se torna demasiado preciosista y tierno, manifestando así la superficialidad de su guión.
Es por eso que lo mejor de ¿Y si vivimos todos juntos? es sin duda su elenco actoral. Compuesto por cinco experimentados actores que interpretan a los cinco protagonistas, así como por un siempre solvente Daniel Brühl en el papel de un joven al que contrata uno de los ancianos. Alguien que pronto se integra en el grupo para compartir su amistad y los momentos más difíciles. Por su parte, las incombustibles Géraldine Chaplin y Jane Fonda continúan tan enormes como siempre. Y en el caso de ésta última, haciendo gala, como Brühl, de un dominio excelente del francés.

1 de junio de 2012

Sombras tenebrosas (2012), Tim Burton

Tim Burton es uno de los creadores más imaginativos de Hollywood. Y a su excepcional ingenio se ha sumado hasta en ocho ocasiones el talento de un actor al cual le gustan los retos. Johnny Deep y Tim Burton han dando a luz, como uno de los tándems más productivos del cine contemporáneo, películas tan destacables como Eduardo Manostijeras (1990), Ed Wood (1994) o Sleepy Hollow (1999). El problema es que aunque el talento sea tangible en el cine de ambos, no siempre el resultado es el esperado. Sombras tenebrosas levanta la expectación que siempre conlleva un nuevo estreno firmado por el realizador californiano, pero a ratos, aburre.
En su nueva aventura, Burton continúa fiel a su estilo único y característico, rindiendo siempre un personal homenaje al cine clásico de terror. Ésta vez nos presenta la historia de Barnabas Collins, un adinerado del s.XVIII condenado a la vida eterna por una bruja. Una mujer perversa capaz de convertirlo en vampiro y enterrarlo vivo por desamor. Después de dos siglos bajo tierra, Barnabas consigue escapar y se encuentra con un mundo totalmente distinto, el de los años 70 del siglo XX. En este mundo moderno que le es extraño, se une a su descendencia familiar para ayudarles a mantener un negocio que peligra por el constante acoso de la malvada bruja.
Burton plantea su película como una versión de la serie televisiva de los años 70 Dark Shadows (cuyo remake llegó a España en los noventa con el nombre de Vampiros) a la que referencia continuamente. Con una fotografía tan original y contrastada como siempre, con una puesta en escena de fantasía, traza una comedia de horror que amalgama prácticamente todos los géneros. Algo que ya no nos extraña, puesto que forma parte de su estilo inconfundible, que bien merece el calificativo de género en sí mismo.
Narrada en clave de cuento fantástico, como casi siempre en su cine, lo cierto es que no todos chistes de Sombras tenebrosas terminan de convencer y el metraje en ocasiones decae un poco porque no sorprende. Mejor suerte ha corrido en este caso el otro estreno reciente de Johnny Deep, Diarios del ron, una película con más ritmo y mayor interés. Aunque siempre sea interesante perderse por un instante, en el universo lúgubre del alocadamente tenebroso de Burton.

30 de marzo de 2012

Extraterrestre (2011), Nacho Vigalondo

Que un domingo a última hora de la tarde, asistan seis personas a una sala a ver Extraterrestre, cuando en la entrada de los multicines había una larga cola, dice mucho sobre sus expectativas comerciales. Mientras, una semana más, Intocable abarrotaba la sala de al lado y otra película española, la insulsa La montaña rusa, conseguía un aforo un tanto más generoso.
Después de debutar en el largometraje con Los cronocrímenes (2008), el cineasta Nacho Vigalondo sigue renunciando al éxito comercial. Continúa anteponiendo su forma de entender el cine a las fórmulas facilonas que aseguran el triunfo en taquilla. Lo que hace con Extraterrestre es intentar proponer algo nuevo y aunque el resultado no sea nada del otro mundo, la película entretiene.
Julio y Julia (Julián Villagrán y Michelle Jenner) se despiertan juntos una mañana cualquiera como dos desconocidos tras una noche de fiesta. Descubren anonadados un Madrid desierto en el que se ha producido una invasión extraterrestre. Como si eso fuera poco, la cosa se empieza a complicar cuando aparecen en escena dos personajes especialmente peculiares, un vecino trastornado (Carlos Areces) y el novio de Julia (Raúl Cimas), que desconoce los cuernos de ella.
Este grupo de personajes (sobre todo la pareja protagonista), pasa la mayor parte de la película en el interior de un piso. Como si de una especie de efecto de El Ángel exterminador se abalanzara sobre ellos y no fueran capaces de tomar la iniciativa de afrontar el problema, la incertidumbre de saber qué está pasando. La película de ficción pasa enseguida a un segundo plano y aflora la comedia romántica y surrealista. Según el propio Vigalondo (ese cineasta tan independiente como mediático), su intención es una película de ficción donde encaja una comedia romántica. Pero en el resultado final más bien se invierten los términos. Al fin y al cabo los personajes acaban actuando en función de sus sentimientos y no en función de lo que está ocurriendo ahí fuera. Una invasión extraterrestre de la que desconocen prácticamente todo.
Aunque la película muestra algunas carencias como la repetición de ciertas situaciones de la trama o una grabación de sonido un tanto deficiente, tiene el valor de contar un tipo de historia que suele conllevar virtuosismos y efectos especiales, con una economía de medios envidiable. El cineasta cántabro arrastra al espectador a su terreno consiguiendo que no aguante toda la película simplemente para ver a algún alienígena.
Sea como sea, Extraterrestre es una película idónea para perder los perjuicios hacia el cine patrio. Finalmente, como espectadores potenciales, acabamos contribuyendo al éxito comercial de películas mainstream americanas que en muchas ocasiones no consiguen ni mucho menos, hacernos saltar de la butaca. Tal vez deberíamos apoyar más a nuestro cine e ir a ver este tipo de películas. Sobre todo, los amantes del absurdo.

16 de marzo de 2012

Intocable (2011), Eric Toledano y Olivier Nakache

Que una película consiga en su país de origen 19 millones de espectadores y una gran repercusión mundial puede tener sin embargo un significado muy ambiguo. De un lado, ya quisieran todos (sin ir más lejos, en España) alcanzar cuotas de pantalla la mitad de elevadas que las alcanzadas por Intocable. Por otro, las cifras de taquilla no necesariamente están relacionadas con la calidad del cine. Una película entretenida para algunos, no necesariamente tiene que ser una buena película.
Se ha comparado Intocable con Paseando a Miss Daisy, El discurso del rey, Armas de mujer e incluso con Pretty woman. Y no sólo desde la crítica, sino desde el propio tráiler promocional de la película. Lo cual deja claro de antemano el tipo de film que vamos a ver. Su propia trama, basada en hechos reales, nos lo anticipa.
Un millonario francés parapléjico contrata como su asistente principal a la persona en principio más inesperada: un joven de origen senegalés, procedente de un ambiente de criminalidad, de lenguaje burdo, aunque de carácter más travieso que provocador. Después de un primer contacto, surge una fuerte amistad que los conducirá a vivir una serie de experiencias de suma importancia para ambos. Una relación amistosa que debe todo su éxito a la química entre los intérpretes. El consolidado actor francés François Cluzet en el papel del ricachón, y el poco conocido Omar Sy en el papel del inmigrante. El único capaz de arrebatarle (y lo hizo) la estatuilla al mejor actor a Jean Dujardin en los premios de la Academia francesa.
La película reúne todos los elementos para atraer a las masas, puesto que sabe utilizar las herramientas necesarias. Dos personajes antagónicos que acaban siendo inseparables; la presentación de un drama suave, dosificado con pequeñas pero constantes dosis de humor; un toque de travesura en la trama y actos de rebeldía políticamente correctos, que no llegan a pasarse de la raya; una repetición constante de situaciones que provoquen la lágrima fácil; la imagen real de los protagonistas en la historia verdadera, que se nos muestra en los títulos de crédito, para que se nos ponga todavía más la piel de gallina. Todo juega a favor de un producto prefabricado y puramente comercial. Pero siendo un poco exigentes, todo eso no son más que falacias. No son más que un conjunto de recursos que tienen como consecuencia la falta de profundidad, la superficialidad y la impersonalidad de la cinta. Una historia contada como un cuento edulcorado de tópicos y de la maravillosa música, eso sí, del maestro Ludovico Einaudi. Una película que maravillará a muchos y dejará totalmente indiferente a las miradas más exigentes.