13 de marzo de 2010

El cine del siglo XXI

A lo largo de la última década hemos asistido a un cambio vertiginoso en la forma de entender el cine, vinculado principalmente al formato digital. Paralelamente a la “muerte” del celuloide han aparecido unas ciertas tendencias y nuevas formas de entender el séptimo arte. Lo cual no significa que no siga produciéndose un cine menos novedoso –no por ello de menor calidad-, más en los entornos del mainstream. En esta revolución de la tecnología, del espectáculo, los medias y el “exceso” de información, la democratización de la cultura audiovisual se refleja en un medio de expresión que conlleva como gran virtud el hecho de que cualquiera pueda expresar sus inquietudes audiovisuales. Por lo que resulta tan común el descubrimiento de nuevos talentos como la banalización entre comillas, de cierto tipo de creación audiovisual. Internet y lo digital son los causantes de que cada vez se tenga más acceso a todo tipo de creación de este tipo. Bien sea para su visionado, bien sea para realizarlas, lo cierto es que hoy es tan posible hacer una película con un móvil como intentar darse a conocer dentro del enmarañado y complejo mundo de la creación amateur audiovisual en red.


Estos vaivenes y cambios en el mundo del cine y del audiovisual se traducen además a otros campos. Sin ir más lejos, esa “muerte” del celuloide de la que hablábamos, afecta los medios de reproducción y distribución. La reivindicación del digital, que supuestamente abarata los costes y facilita en cierta forma el trabajo referente al ente cinematográfico, encarece ahora la actualización de las salas cinematográficas. Miles de salas pequeñas o humildes corren el riesgo de desaparecer si no actualizan su maquinaria de proyección, cuyos costes no pueden asimilar en muchos casos. Paralelamente, el consumo del cine en la red e incluso a través de los móviles sigue creciendo. Los precios en las taquillas de las salas de cine especializadas siguen aumentando y cada vez más crece el interés de ver cine a la carta en casa, teniendo muchas veces acceso a un tipo de películas que de otra forma no se podrían visionar en el entorno habitado. Películas que por otro lado nos siguen ofreciendo la posibilidad de visionarlas las filmotecas -en las capitales españolas que las albergan- o los cineclubs como antaño, pero que cada vez con más esmero han ido programandose en los museos de arte contemporáneo. El cine, por su estrecho diálogo con las disciplinas artísticas tradicionales, ha ido incrementando cada vez más su entrada en el museo a través de exposicones de todo tipo. Algo que por consiguiente, se ha visto reflejado en las pantalles de estas instituciones donde, cada vez en más casos -y principalmente como hemos apuntado, en los museos de arte contemporaneo- encontramos una programación regular de cine independiente, experimental o de autor.


En general, y como era de esperar, la última década ha dado mucho que hablar en todos los frentes, desde la continua mutación del audiovisual contemporáneo a las nuevas tendencias del cine del siglo XXI o la situación socioeconómica del cine. El digital no sólo ha sido cada vez más protagonista en la creación de efectos y hasta personajes enteramente realizados a partir de imágenes de síntesis, sino que ha introducido algunos elementos novedosos en la plástica cinematográfica. Cámaras que acompañan hasta la saciedad a los personajes de las formas más inverosímiles como si no estuvieran sobre ningún soporte, revolucionando así la concepción del espacio; cámaras vertiginosas que se aceleran y deceleran buscando espectacularidad, tensión y contraste; planos a menudo subjetivos que cambian el punto de vista tradicional del cine; simulaciones de los modos de representación de la grabación en directo, de YouTube o de los videojuegos, que otorgan al espectador un rol de interacción y aportan una sensación de hiperrealidad; y un largo etc.


Aunque en las pantallas ha habido para todos los gustos, lo cierto es que hemos asistido placenteramente a un sinfín de cosas por otro lado imposibles de enumerar y que trataremos de esbozar brevemente en las próximas líneas. Se ha continuado con la reivindicación del cine asiático como pionero en lo referente a la imagen y al lenguaje cinematográfico, que ha tomado en muchos casos un relevo del cine moderno europeo -que sin embargo ha perdido fuelle en Europa-; la aparición de nuevos portentosos y tan dispares talentos que deben toda –o casi toda- su filmografía a esta década, como Isaki Lacuesta, Carlos Reygadas, Albert Serra, Spike Jonze, Michel Gondry. Jia Zang Ke, Apichatpong Weerasethakul, Wang Bing, Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, etc; la revolución de las nuevas formas del documental –muy explorado en el cine patrio- y la superación de las fronteras entre realidad y ficción; la incesante vitalidad del eterno Manoel de Oliveira que sigue produciendo a más de un film por año; el no menos prolífico trabajo de Clint Eastwood –ni más ni menos que diez películas en la última década-, uno de los más grandes cineastas en vida; el incremento en la tendencia a realizar remakes al igual que en la mayor producción de adaptaciones de cómics por otro lado cada vez más fieles al menos visualmente; la reivindicación de un nuevo cine rumano de gran calidad; el apogeo del cine de animación para adultos, referenciado por ejemplo, fuera de los caminos de Hollywood, por la infinita creatividad de Hayao Miyazaki; o la continua explosión de talento de cineastas ya curtidos, como los anteriormente nombrados o los hermanos Coen, Gus Van Sant, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, David Cronenberg, David Lynch, Abbas Kiarostami, Lars Von Trier, Aki Kaurismäki, Michael Haneke, Pedro Costa, Pedro Almodóvar, Jose Luís Guerín, Wong Kar Wai, Hou Hsiao Hsien, Tsai Ming Liang, Hirokazu Kore-eda o Naomi Kawase entre un larguísimo etc.


No suelo ser defensor de los listados, ya que de hecho, realizar un listado de las mejores películas del siglo XXI representa una auténtica odisea, aunque por otro lado también puede servir para hacer balance. Es de esperar que puedan haber títulos que se escapen sea por falta de memoria cinematográfica o por desconocimiento, de igual modo que aparecen dudas a la hora de incluir o no algunos de estos títulos en dichos rankings.

Estos serían más o menos bajo mi punto de vista los títulos más destacados, así agrupados territorialmente si necesidad de otorgarles orden de prioridad a unos sobre otros.


Europeas:


La muerte del señor Lazarescu (C. Puiu, 2005)

Un hombre sin pasado (Aki Kaurismäki, 2002)

Un couple parfait (Nobuhiro Suwa, 2005)

La clase (Laurent Cantet, 2008)

Los espigadores y la espigadora (Agnés Varda, 2000)

La pianista (Michael Haneke, 2001)

Juventude em marcha (Pedro Costa, 2006)

Gomorra (Mateo Garrone, 2008)

Saraband (Ingmar Bergman, 2003)

Dogville (Lars Von Trier, 2003)


Norteamericanas:


Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009)

Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004)

Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004)

Elephant (Gus Van Sant, 2003)

No es país para viejos (Joel y Ethan Coen, 2007)

Promesas del Este (David Cronenberg, 2006)

Una historia de violencia (David Cronenberg, 2005)

Mulholland Drive (David Lynch, 2001)

El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003)

Gran Torino (Clint Eastwood, 2008)


Asiáticas:


Naturaleza muerta (Jia Zang-Ke, 2007)

Millenium Mambo (Hou Hsiao Hsien, 2001) Three Times (Hou Hsiao Hsien, 2005)

In the mood for love (Wong Kar Wai, 2000)

Nadie sabe (Hirokazu Koreeda, 2004)

Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (Kim Ki Duk, 2003)

Goodbye Dragon Inn (Tsai Ming Liang, 2003)

El bosque del luto (Naomi Kawase, 2007)

Syndromes and a Century (Apichatpong Weerasethakul, 2006)

Ploy (Pen –Ek Rataranuang, 2007)

Old Boy (Park Chang Wok, 2003)


Sudamericanas:


Japón (Carlos Reygadas, 2002)

Amores perros (González Iñárritu, 2000)

El cielito (Maria Victoria Menis, 2003)

La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001)

Historias mínimas (Carlos Sorín 2002)

Roma (Adolfo Aristarain, 2004)

El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009)

Ciudad de Dios (Meirelles, 2002)

La hamaca paraguaya (Paz Encina, 2006)

Parque vía (Enrique Rivero, 2008)


Españolas:


En construcción (Jose Luís Guerin, 2001)

La soledad (Jaime Rosales, 2007)

El cielo gira (Mercedes Álvarez, 2005)

La leyenda del tiempo (Isaki Lacuesta, 2006)

Smoking Room (J. D. Wallovits y Roger Gual, 2002)

La comunidad (Álex de la Iglesia, 2000)

Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002)

En la ciudad de Sylvia (Jose Luís Guerín, 2007)

Volver (Pedro Almodóvar, 2006)

Honor de caballería (Albert Serra, 2006)


1 de marzo de 2010

Juventude em marcha (Pedro Costa, 2006)

Figuras fantasmagóricas



La cámara de Pedro Costa muestra un realismo casi fantasmagórico, con encuadres sin embargo calculados al detalle, desechando el plano contraplano y la cámara móvil. Los personajes que entran y salen continuamente del plano se difuminan entre paredes y fondos oscuros hasta tal punto de parecer espíritus más que personas, dando forma a unas imágenes que hipnotizan.