27 de abril de 2012

Grupo 7 (2012), Alberto Rodríguez

En una semana más de estrenos insulsos en la cartelera de Tenerife, ausentes títulos de gran reconocimiento internacional como Take Shelter (Nichols), Esto no es una película (Panahi), Alps (Lanthimos) o Kiseki (Kore Eda), Grupo 7 se ha configurado como una de las opciones más atractivas de las salas de la isla. Y es que la quinta película de Alberto Rodríguez confirma el buen estado del cine policiaco español. Un género que ha alcanzado máximos de calidad en los últimos años con Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) y No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011.

El Grupo 7 es una unidad policial antidroga creada para limpiar las calles de Sevilla en los cuatro años precedentes a la Expo 92. Cuatro agentes que persiguen a los traficantes y consumidores de droga del centro de una ciudad que se prepara para ser el centro de atención mundial. A través de su día a día, la película narra cómo este grupo policial participa en la transformación de la ciudad.
Si algo define a Grupo 7 es que es una que película que respira veracidad. Conseguir retratar la Sevilla de hace veinte años mostrando además gran número de exteriores no es tarea fácil. Detrás se encuentran un trabajo laborioso y la astucia de un buen equipo y su director. Los detalles de la puesta en escena, las escenas que van del costumbrismo a la crudeza absoluta, el lenguaje narrativo muy cercano, vívido y directo, que consigue que el espectador no pierda el interés en ningún momento, dan cuenta de ello. Como la forma cronológica en que se nos muestra la transformación urbanística de la ciudad utilizando un mismo tema de la banda sonora cada vez que aparece el año en el que nos encontramos, utilizando imágenes de archivo referentes a los trabajos de construcción. Todo enfatiza la impresión de documento, de hecho real. 
Más difícil si cabe en este juego de ficción y realidad es encuadrar las escenas de acción. Filmadas de forma vertiginosa, a su gran espectacularidad se contrapone un realismo pasmoso. No hay coreografía, las persecuciones y las escenas de violencia que no son un ejercicio de golpes espectaculares o movimientos imposibles, sino que tratan de acercarse a la simplicidad y vulnerabilidad del cuerpo humano. Y debe ser así, porque en el Grupo 7 no hay ningún héroe. No hay un agente perfecto, un guapo forzudo que se tome la ley por su mano porque él lo vale. Que reparta patadas de kung fu y maneje la pistola con una puntería milimetrada. Cada uno de los cuatro agentes protagonistas tiene trapos sucios, tanto en su vida personal como profesional. Todos tienen dos caras. Esto es porque según afirmaba el propio Alberto Rodríguez, al filmar la película no se fijaron en producciones espectaculares, sino en películas cercanas, como Ley 627 (B. Tavernier, 1992).
Y entre tanto tinglado, para que una película funcione es necesaria la aportación de buenos actores. En Grupo 7 todas las interpretaciones son destacables, sobre todo las de los dos protagonistas principales, Mario Casas y Antonio de la Torre. El primero notable, aunque todavía resulte difícil quitarle el cliché de actor de moda adolescente. El segundo, con una interpretación como siempre impecable, reafirmándose como uno de los dos o tres mejores actores de este país.
En definitiva, en este caso los que no creen en el cine español no podrán decir que esta película no es buena.

20 de abril de 2012

Declaración de guerra (2011), Valérie Donzelli

Si leemos la sinopsis de una película basada en hechos reales, que trata sobre las penurias de una pareja cuyo hijo de dieciocho meses tiene cáncer, lo primero que pensamos es que será un dramón. Un melodrama de lágrima fácil sobre la enfermedad infantil al estilo de El aceite de la vida (George Miller, 1992), quizás con el tono crítico de Camino (Javier Fesser, 2008) o la travesura de Planta cuarta (Antonio Mercero, 2003). Sin embargo, si algo define a Declaración de guerra es su originalidad y su ruptura con la forma convencional de entender los registros dramáticos del cine.
Ganadora del último Festival Internacional de Cine de Gijón, se trata de una película positiva, llena de optimismo, que evita por lo tanto los fastos dramáticos. Los pone sobre la mesa, pero inmediatamente los oxigena con toques de humor y otras constantes, como la banda sonora.
Declaración de guerra es la crónica de unos padres que vivieron una experiencia traumática a la que plantaron cara con fe y sin renunciar a la felicidad. La vivencia de una pareja interpretada por los protagonistas reales de la historia, Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, que además asumen la dirección y el guión de la película. Por lo que no es extraño que percibamos esa complicidad en sus gestos y emociones. Más aún si tenemos en cuenta que no se trata de la primera película que protagonizan juntos.
Por otro lado, el hecho de enfocar de esa forma arriesgada una situación tan dramática (donde hay incluso alguna mueca al musical), puede que no sea del agrado de todos. Y lo cierto es que la propia dificultad que implica plasmar un drama tan potente utilizando recursos que aporten ligereza y frescura, evita que Donzelli consiga un film redondo. En ocasiones peca de sobrecargar de información al espectador, principalmente a través de las dos voces en off que utiliza. Éstas aportan una información un tanto gratuita y obvia desde el arranque que no termina de tener continuidad. Así como algunas escenas que pecan un tanto de ingenuidad o no quedan demasiado unidas al todo de la película (como la fiesta de los besos), quedando como pequeños retazos más cercanos a la estética del videoclip.
Aunque en arranque muestra detalles preciosistas y cierto tono narrativo tomado del cuento al estilo de Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), lo cierto es que la película toma referencia del cine de la Nouvelle Vague. A nivel visual y conceptual, tanto a nivel narrativo como en la puesta en escena. Incluso en algunos diálogos, en escenas que bien podrían estar interpretadas por Jean-Pierre Léaud en un film cualquiera de Godard o Truffaut. Momentos en los que los diálogos rozan el surrealismo con un humor fino que abstrae la escena de la situación dramática y ofrece un momento de respiro y de frescura a la trama. Y es que en nuestros tiempos, la sombra de aquel grupo de críticos y cineastas franceses que una vez cambiaron el concepto del cine sigue siendo alargada.

16 de abril de 2012

Tyrannosaur (Redención, 2011), Paddy Considine

El primer largometraje de Paddy Considine muestra el lado más oscuro de los seres humanos, sus miserias, sus errores. Se trata de una película filmada con la sobriedad, la denuncia y la reflexión propias de Ken Loach. Sin ir más lejos, la película trata sobre un viudo alcohólico y agresivo, sin aspiraciones, que conoce a una mujer que sufre maltratos. Temas comunes en su filmografía.
Tyrannosaur es una película dura, directa y sincera. Tanto que no tiene ningún problema en presentar a su protagonista como una persona detestable en el inicio de la película. Porque ésta se abre (y ahora vamos a desvelar los primeros cinco minutos de metraje) con un personaje interpretado por un soberbio Peter Mullan que se encuentra totalmente ebrio en un bar, donde protagoniza una violenta pelea. Después de golpear a varios hombres, sale del bar y recoge a su perro, al que por nada, mata a patadas.
Después de esto a uno se le revuelven las tripas y siente desprecio, pero es entonces cuando se produce el milagro. A pesar de todo, poco a poco el espectador se coloca del lado de un Peter Mullan que recuerda inevitablemente a la inolvidable Mi nombre es Joe (Ken Loach, 1998). Uno comprende hasta qué punto es capaz la vida de maltratar a una persona como para hacerla tan miserable. Porque Tyrannosaur cuenta la historia de dos personajes tan a la deriva (una excelente Olivia colman acompaña a Mullan), que te hace tocar fondo. A partir de ahí consigue que uno se apiade de los errores de los protagonistas, que se ponga en su pellejo y sienta como se revuelven las entrañas. Aunque no son más que seres humanos, personajes creados huyendo de los tipismos, tomados de un mundo que está ahí fuera y no siempre vemos.

13 de abril de 2012

[Rec]3: Génesis (2011), Paco Plaza

La celebración de una boda en un recinto enorme al que asisten centenares de invitados, representa un lugar inmejorable para los excesos. Los de todos los mortales y por qué no, de un grupo de infestados poseídos por el demonio, que corretean a sus anchas con hambre de carne humana. Un lugar en el que aflora una triste historia de amor. La de unos novios que se topan con una carnicería en el día que esperaban que fuera el mejor de sus vidas.

Esta es, sin ir más lejos, la premisa principal de la continuación de la saga [Rec], dirigida esta vez únicamente por Paco Plaza. Un cineasta curtido en el género de terror que ya codirigió con Jaume Balagueró las dos primeras entregas de la serie, y que ahora ha tratado de hacer una película que rompiera un tanto con sus antecesoras. La última entrega será [Rec]4: Apocalipsis, cuyas riendas tomará esta vez en solitario Balagueró.

Por primera vez en la saga, [Rec]3: Génesis abandona la cámara subjetiva como principal campo de visión del espectador. Sin embargo, este recurso sí aparece en inicio, tanto a través de las cámaras que graban el video de boda profesional, como las de los vídeos caseros. De hecho, la película se abre ni más ni menos que con el menú del DVD de la celebración. No obstante, tras una primera y sustanciosa muestra de la infección y un ya reconocible homenaje al inicio de la saga (“esto hay que grabarlo todo”), Plaza abandona la cámara subjetiva y pasa a la multiplicidad de planos, contando la historia desde fuera de la misma, como lo suele hacer el cine. Lo cuál contrarresta a ese efecto característico de “tele realidad”, de la imagen directo de las dos anteriores películas. El espectador no se mete en la piel de los personajes con la misma efectividad, pero sin embargo, al realizador valenciano le sirve para poder contar con mayor comodidad una historia que baraja distintos géneros. [Rec]3: Génesis contiene constantes dosis de humor negro que consiguen arrancar la carcajada (momentos en los que se satiriza sobre el canon, Sant Jordi y la tradición católica o “John Esponja”) pero sobretodo contiene las dosis necesarias para ser una historia de amor. Porque la trama gira completamente entorno a los novios, interpretados por Diego Martín y Leticia Dolera (esta última en una interpretación excelente). La película es la reacción de ambos a la infección y su demostración de amor de principio a fin.

[Rec]3: Génesis propone algo destacable, y es que no intenta engañar al espectador. Es lo que es, un ejercicio de entretenimiento para los amantes del terror con tintes cómicos y sangre a raudales. Para aquellos que hayan disfrutado con la etapa más divertida de G. A. Romero, del primer Peter Jackson o del tipo de película de zombis en la línea de Bienvenidos a Zombieland (Ruben Fleischer, 2009).

Nada que ver con la primera entrega, [Rec] (2007), película que ya representa un hito del cine de terror español y que es sin duda la mejor de las tres. Ritmo frenético, sustos potentes y un sarcasmo magistral con el que Balagueró y Plaza desgranaban a la comunidad de vecinos de una finca cualquiera del barrio del Eixample de Barcelona. Resquicios de los que aún queda algo en [Rec]3: Génesis, aunque ésta, es una película muy distinta.