21 de diciembre de 2012

La vida de Pi (2012), Ang Lee

De entrada, La vida de Pi supone una muestra de valentía por parte del curtido y versátil realizador taiwanés Ang Lee. Porque adaptar una obra literaria al cine siempre resulta una tarea difícil. A menudo la adaptación suele ser inferior al original en la percepción de un espectador que al leer la historia ya la ha escenificado en su cabeza. Y en el caso de la obra homónima de Yann Martel se le suma la dificultad de tratarse de un cuento lleno de simbolismos y momentos oníricos.  

La vida de Pi cuenta como un escritor con falta de ideas conoce por recomendación a Pi Patel, un hindú afincado en Canadá. Alguien quién supuestamente tiene una historia increíble que contar. Desde pequeño, la vida de Pi fue extraordinaria. Sus padres tuvieron la estúpida idea de llamarle Piscine por una piscina francesa. Ante las burlas de sus compañeros del colegio, él mismo prefirió acotar su nombre a Pi, utilizando el símil matemático. Pero lo más trágico y extraordinario ocurrió más tarde, cuando sus padres decidieron emigrar en barco llevando consigo a los animales del zoológico que regentaban, para venderlos en puerto nuevo. Durante una violenta tormenta, la embarcación naufragó y Pi fue el único superviviente. Como una especie de Noé en su Arca, el joven hindú se vio en un bote a la deriva con unos pocos víveres y la compañía de una cebra, un orangután, una hiena y un tigre. Viviendo aventuras como la del relato de San Brandán el navegante, cuando se topa con una extraña isla en medio del océano. Nada menos que nuestra conocida San Borondón, quizá un tanto distinta a como nos la imaginamos.

Bueno, pues si no resulta nada fácil poner en escena los elementos oníricos de un cuento, curiosamente es lo que mejor hace Ang Lee en su película. Toda esa fantasía que supone la espectacularidad de la naturaleza queda plasmada con una belleza abrumadora. Sin embargo, ese viaje vital emprendido por una especie del Siddhartha de Hesse, acaba pareciéndose más a un personaje de Coelho. El discurso se asemeja demasiado a un relato de autoayuda y en ocasiones acaba siendo redundante, sobre todo en el plano religioso, desde luego muy cuestionable. Lo cual se ve reflejado principalmente en los primeros 45 minutos de película, en los que se acaba pidiendo a gritos que comience la acción. Desde ese momento, el 3D pasa de ocupar un plano discreto y casi molesto, a ponerse al servicio de la fantasía. Porque Ang Lee saca todo su repertorio y asombra en su simbología, emoción y espectacularidad. Pero ojo, eso no quita que en alguna ocasión se haya acercado peligrosamente a la cursilería.

Porque La vida de Pi es una película emotiva y espectacular, digna de presumir de notables hallazgos visuales, pero no logra esconder cierto tufo a filosofía barata.


14 de diciembre de 2012

De óxido y hueso (2012), Jacques Audiard

Jacques Audiard es uno de esos cineastas que provoca en el espectador el convencimiento de que va a ver la película acertada. Fiel a sus principios, su filmografía emana una coherencia formal y estilística claramente palpable. Aunque no renuncia a los matices, como demuestra en su última película De óxido y hueso.

El director de De latir mi corazón se ha parado y Lee mis labios obtuvo su mayor reconocimiento con una de las mejores películas del cine francés de la última década, Un profeta. Estrenada en Francia a penas unos meses antes de cuando lo hacía su homóloga Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) en España, este drama carcelario acaparó todos los premios importantes de la Academia francesa y fue reconocida en los festivales de todo el mundo. Con una sobriedad abrumadora, conseguía reinventar el género potenciando sus propios valores clásicos.

No es extraño entonces que Óxido y hueso levantara una gran expectación en el último Festival de Cannes. Tanto que en algunos sectores de la crítica poco conformistas casi causó decepción por esperar que alcanzase el listón de Un profeta. De ninguna manera se puede esperar que un cineasta haga siempre la misma película y De óxido y hueso no desmerece su cine en absoluto aunque bien es cierto que en el tramo final aminore un tanto el paso. Los premios a la mejor dirección, guión y actor principal en la pasada edición de la Seminci dan buena cuenta de ello.

Siempre titulando de forma tan original sus películas, Audiard trata de sumergirse en De óxido y hueso en una relación amorosa que huye de los tópicos. Una historia de amor diferente entre dos personas que sufren un fuerte revés de la vida. Una domadora de orcas que sufre un accidente y un exboxeador que a duras penas se hace cargo de su hijo de cinco años y combina trabajos de vigilante de seguridad. Aunque la película parezca adoptar un cierto aire de romance, vuelve a los lugares comunes en la filmografía del cineasta francés. Por ejemplo, en la angustia y la redención de los cuerpos de sus personajes. Porque los personajes de Audiard siempre se encuentran en lucha. En la dureza de una violencia nada efectista o recreativa, sino tan cruda e impactante como si fuera real.  
Si las dificultades del joven Malik en Un profeta se veían reflejadas en los golpes que recibía su cuerpo en prisión, ahora es Alí (Matthias Schoenaerds) quien los recibe en las peleas clandestinas. Como lo hace psicológicamente el cuerpo mutilado de Stéphanie (Marion Cotillard) día tras día. Ambos personajes se conocen y tratan de darse afecto en una situación llena de dolor y con muy pocos diálogos consiguen hacer que todo sea natural y creíble. Porque de esa excepcional actriz de belleza exultante que es Marion Cotillard uno se podría creer cualquier cosa. No importa si se la representa en su belleza o en su fealdad, es capaz de transmitir todo lo que se propone.

7 de diciembre de 2012

Comme un chef (2012), Daniel Cohen

Un joven talento de la haute cuisine francesa permanece en el anonimato. Trata de ganarse la vida en restaurantes de mala muerte donde no valoran sus destrezas y siempre acaban por despedirle. A punto de tener un hijo, la necesidad y el consejo de su mujer, lo impulsan a cambiar de oficio. Algo que, como suele ser habitual en este tipo de comedias, sucede por poco tiempo.


El chef estrella que busca mantener su reconocimiento, el aprendiz talentoso que va de la calamidad personal a la profesional, la evolución positiva de ambos personajes, la tradición frente a la modernidad, los críticos culinarios como amenaza… Por el desarrollo y similitud de la trama, podríamos decir que El chef, la receta de la felicidad se trata de una especie de versión francesa de la española  Fuera de carta (Nacho G. Velilla, 2008). Con la diferencia de que Javier Cámara destaca muy por encima de Michaël Youn. Aunque cabe destacar que el tándem de éste último con Jean Reno no sólo funciona, sino que es lo que mantiene la película en pie. Una vez más, el actor hispano francés sigue estando a la altura en sus papeles cómicos.


Lejos de películas sobre cocina más reflexivas, como la actualmente reestrenada en su 25 aniversario El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987) o la estimulante Estómago (Marcos Jorge, 2007), El chef, la receta de la felicidad es una película simpática y sin pretensiones. Una producción sencilla que evita giros inesperados de guión y trata de entretener sin más. Utilizando vehementemente una receta comedida con un buen margen de éxito familiar, el director nobel Daniel Cohen pone sobre la mesa todos los tópicos posibles y algunos recursos que aunque poco creíbles, hacen sonreír a menudo sin conseguir la carcajada. Menos todavía cuando Santiago Segura hace una de las apariciones más desaliñadas que se le recuerdan. Interpretando a una personalidad de la nouvelle cuisine española, escenifica uno de los muchos guiños de parodia hacia las últimas tendencias de la cocina moderna que aparecen en el film.


No se puede pedir donde no hay. El chef, la receta de la felicidad no podría haber conseguido una meta más elevada porque sencillamente, no se lo propone. Ideal para compartir en familia la sobremesa del domingo.

23 de noviembre de 2012

Holy motors (2012), Leos Carax

Surrealista, imprevisible, dinámica, visualmente abrumadora… inclasificable. Puede tomarse como un alarde infumable de pedantería y estupidez o como una película de vanguardia digna de reflexión y alarde de ingenio. Su director, el franco-americano Leos Carax (uno de esos grandes desconocidos), fue el enfant terrible del cine francés en los 80 tras el impacto de su ópera prima Chico conoce a chica, que rodó con tan solo 24 años. Trece años después de su último largometraje, ha vuelto levantando una gran expectación en el mundo de la cinefilia.


Holy Motors no defrauda en cuanto a lo que cabía esperar de un cineasta que durante toda su carrera ha desafiado las convenciones. Interpretada magistralmente por el camaleónico y habitual colaborador de Carax, Denis Lavant, se trata de una película que ofrece múltiples visiones y significados. Un canto a la libertad sobre los cánones y en definitiva a la potencia del cine y su mirada. Una de las obras más vanguardistas, reflexivas y originales que ha llegado a las grandes pantallas en los últimos años.

A Pedro Costa se le reprochaba desde cierto sector más puritano de la crítica, de hacer estética de lo feo. Otros, como Korine, lo han hecho abiertamente en un tono que desafía el ridículo y lo burlesco. Holy Motors se mueve en ambas direcciones. Visualmente abrumadora, dota el claroscuro de Costa de colores vivos y neones, como utiliza el esperpento para caracterizar a sus personajes. 

En la película de Carax el relato avanza de forma lineal y ordenada y sin embargo sus mensajes se encuentran ocultos y abiertos. De alguna manera, se presenta como una especie de metáfora sobre el declive del cine. El homenaje personal de un cineasta a su trabajo y a la pérdida de su compañera (que murió a penas unos meses antes del fin del rodaje). Todo en el interior de una trama desconcertante: Un hombre se dedica durante un día a interpretar hasta once papeles por toda la ciudad. Llevando a cabo una suerte de acciones artísticas y performances que pueden reproducirse en el interior de una casa, de un cementerio o en plena calle, transportado de un sitio a otro por una enorme limusina. Una especie de ataúd a veces, una especie de único lugar en el que poder refugiarse y ser uno mismo en otras. Puede que alguien esté viendo al protagonista en cada instante, en cualquier parte del mundo, como en un gran hermano. En un mundo tan descarnado y decadente como lo es el mundo en el que vivimos y que tratamos de ignorar. 

Quizá Carax se exceda en algunos momentos y desborde lo surreal. Quizá le sobren a su película algunos arrebatos narcisistas. Pero lo cierto es que Holly motors te atrapa y desconcierta desde la primera escena, te hace sentir estar viendo de nuevo algo que de verdad valga la pena.

17 de noviembre de 2012

La parte de los ángeles (2012), Ken Loach

Un grupo de jóvenes escoceses se encuentra ante el juez que ha de dictar su sentencia. Víctimas de una sociedad cada vez más desestructurada y cruel que les ha dado muy pocas oportunidades, ansían una segunda oportunidad que les permita una vida mejor. Han cometido delitos como alteración del orden público (subiéndose a una estatua o cayendo a la vía de un tren bajo los efectos del alcohol, por ejemplo), pequeños robos o agresión injustificada. Finalmente, el juez los condena a 300 horas de trabajos sociales, perdonando en algunos casos penas de cárcel. Y observando a estos parias, con problemas educativos, situaciones familiares graves y sin trabajo, que son los primeros que pagan ante la ley, uno siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿acaso están pagando algo esos que verdaderamente están hundiendo nuestro sistema económico, esos políticos, banqueros y peces gordos corruptos que merodean a sus anchas sin la presión siquiera de dimitir de sus cargos?


Ken Loach y su guionista Paul Laverty (con el que lleva trabajando casi veinte años) presentan de entrada el típico drama social que caracteriza su cine. Críticos y militantes, han dado a luz películas conmovedoras como Mi nombre es Joe o Sólo un beso. Puesto que han seguido un fiel y coherente recorrido temático en su cine, no es de extrañar que los protagonistas de La parte de los ángeles sean gente perdida, aislada, con poco que ganar y mucho que perder. Sin embargo, rápidamente empieza a palparse en la película cierto sentido del humor y un ambiente más sosegado de lo común. Loach otorga al fin a sus personajes una segunda oportunidad. Cuando uno ya se está encariñando con ellos y teme que llegue el giro en la trama que termine de hundirlos en la miseria, se produce el milagro.

Todo lo contrario que en la anterior película del cineasta en Escocia. De forma desgarradora y sin dar un ápice de protagonismo a los tópicos escoceses, Sweet Sexteen planteaba un drama sobre la difícil adolescencia de un joven condenado a ser víctima de la corrupción y la desigualdad. Sin embargo, La parte de los ángeles le da una vuelta de tuerca al asunto y a medida que va transformándose en comedia muestra con simpatía mucho whisky y faldas escocesas. Sin hacer mucho ruido, se convierte en una película afable y llevadera, en la que sus protagonistas arrastran al espectador consigo a la hora de emprender una aventura que cambiará sus vidas.

11 de noviembre de 2012

Detachment (2012), Tony Kaye

Henry Bathes es un profesor sin plaza que dedica su vida a vagar de instituto en instituto, sin poder profundizar en su metodología de trabajo. Sin embargo, es una persona dotada de una facilidad especial para congeniar con los alumnos más conflictivos de una muy mermada educación pública. Con un abuelo enfermo como única familia, se encariña de una niña que se prostituye en la calle y decide ayudarla.


Detachment no es la película sobre un profesor guay que consigue cambiar a un grupo de alumnos rebeldes que no iban a ser nada en la vida. Se trata de una película que intenta meterse realmente en el meollo de la cuestión y lanzar una reflexión crítica, aunque algo sobre cargada. Utiliza un discurso dinámico y visualmente muy atractivo que la acerca al cine independiente norteamericano desde inicio. Cámara al hombro, cambios de narrador, imágenes de video amateur, cambios a blanco y negro, pequeñas escenas de animación en stop motion, etc.

A modo de diario filmado, Bathes (interpretado de forma excelente por Adrien Brody) comienza a narrar su experiencia docente y otros asuntos de su vida personal. La cita de Albert Camus “Y nunca me he sentido tan profundamente en un único y mismo momento tan separado de mí mismo y tan presente en el mundo”, a modo de cierre de un breve prólogo, dice mucho del estado psicológico que atraviesan él y el resto de los personajes del film. 

Detachment es una película dura, que no se anda con tapujos. Expone todo un repertorio de desgracias y momentos desagradables, creando un todo que acaba siendo demasiado barroco. En las películas del género suele aparecer la figura de un profesor de gran calidad humana y un don especial para redirigir a sus alumnos. Tony Kaye corre el riesgo de sumarle a su protagonista una vida personal agoniosa marcada por las drogas, el suicidio, el abandono de un padre, la situación de dependencia de un abuelo y un largo etc. Vamos, un dramón total que no han necesitado grandes películas como La clase, Hoy empieza todo o Profesor Lazhar, por muy dramática que sea la situación que viven sus docentes protagonistas. Al fin y al cabo Kaye utiliza el recurso como reclamo, para cazar al espectador y abandonarlo en una trágica tela de araña. La reflexión sobre el sistema educativo y la situación de sus docentes está ahí, pero aun manteniéndose fuera de las convenciones, acaba siendo un tanto superficial en algunos aspectos. Detrás de las películas de Cantet, Tavernier y Falardeau las situaciones se vuelven más tangibles. Sin necesidad de avasallar al espectador con los giros dramáticos, saben gestionarlos en sus dosis perfectas dejando espacio para una reflexión que no tiene por qué darse tan masticada. Porque en sus películas nos topamos con personas que nunca se rinden, incombustibles profesionales de la educación que entregan la vida en su trabajo y que aparecen representados en definitiva, como un retrato fiable de la realidad educativa que atravesamos.