22 de septiembre de 2007

En la ciudad de Sylvia (2007), José Luis Guerín.

En su día Godard definió el séptimo arte desvelando la evidencia de que el cine son veinticuatro fotogramas por segundo. Si hoy nosotros tuviéramos que definir el cine en manos de Guerín, podríamos decir que además de eso, el cine es poesía.
En la ciudad de Sylvia nos presenta a un personaje que nos es desconocido, porque nada se nos desvela sobre su vida. Es un personaje anónimo. Desconocemos su psicología, su oficio, su carácter. Solo entendemos que es un extranjero que invierte su tiempo contemplando a las mujeres, reinventando su rostro, intentando reconstruir el rostro de la mujer que le obsesiona, que persigue. Una mujer, Sylvia, que ni siquiera sabemos si existe. Un protagonista viajero que toma nota de aquello que reclama la atención ante sus ojos, evocando los modos de Stendhal o Baudelaire. Aún siendo más soñador y apasionado. Un personaje que representa la parábola del artista romántico. El apasionado que busca su ideal de belleza. El pintor de primaveras que no consigue dibujar a su musa. Que esboza una y otra vez su rostro de forma desesperada, comprendiendo que no puede poseer su belleza. Que recorre las calles de una ciudad desconocida persiguiendo una silueta que poco a poco se difumina.
Guerín rinde homenaje a su admirado cine mudo. Al peso del gesto, del rostro, que viene a ser en definitiva, la esencia del cine. Creando un largometraje carente de diálogos, donde habla la ciudad y no sus protagonistas, y lo hace utilizando infinidad de lenguas. Un rostro que habla sin decir nada. Al que exprime evocando, de una forma más sosegada, la importancia que los rostros tenían en Bergman.
El filme más calculado de José Luis Guerin, donde cada plano está repleto de detalles; en cada cuadro, hay una pintura. Donde se citan los textos de Petrarca. Donde se reflexiona entre otras muchas cosas, sobre el valor instintivo y primordial del cine, el del voyeur. El cineasta que persigue a su musa, que capta aquellos recodos de la ciudad que nos quisiera mostrar. Que como el protagonista, mira a su alrededor analizando todo lo que ve, tomando nota. Para enseñárnoslo, para reinventarlo, para contar su historia.

Stalker (1979), Andrei Tarkovski

el cine como reflexión filosófica

Partiendo del relato Partida de recreo en el campo de los hermanos Arcadi y Boris Strugatsiki, Stalker narra la historia de un viaje de ida y vuelta realizado por tres personas: el guía -Stalker- , el escritor y el profesor. Su meta es llegar a la Zona, un lugar repleto tanto de trampas como de sortilegios, donde según dicen, hay una habitación sagrada donde los hombres pueden ver satisfechos sus deseos más íntimos. Pero éste viaje físico llevará a los protagonistas a realizar otro viaje paralelo al interior de sus almas, donde lucharán con ellos mismos. Un viaje interior que el realizador ruso no expone en vano, sino reivindicando el carácter filosófico del film, que pretende, tomando la ciencia ficción como motivo de partida, realizar una reflexión sobre la vida misma y la situación espiritual de los seres humanos en ella. Para ello Tarkovski intenta “prescindir de manierismos, buscando una representación simple, carente de artificios, donde no se produzcan saltos temporales y el plano marque el transcurso del tiempo, de tal forma que el montaje sólo indique la continuación de los hechos” (1).
Así trata de dar la impresión de que la historia se narra en un solo plano, respetando el curso real de ésta. Por ello en el film se recurre con frecuencia a los planos secuencia y planos largos de carácter contemplativo, de tal longitud que con 141 planos se cubren los 161 minutos del montaje definitivo. El objetivo, representar la naturaleza poética del cine.

Stalker pretende “animar a la reflexión sobre los valores humanos y eternos que residen en el ser humano, ya que el hombre los ignora frecuentemente prefiriendo ir a la caza de ídolos engañosos. Sin embargo es su capacidad de amar lo que puede dar sentido a su existencia”. (2) Para Tarkovski -y tal como vemos en el film-, las crisis interiores de los individuos no son sino referencias de seguir el buen camino, pues en ellas se busca reencontrarse con el propio yo. Aquel que entra en un estado así es aquel que se plantea problemas espirituales que pueden llevarlo a comprender y asumir la función de uno mismo en cada una de sus acciones, respetando y comprendiendo los verdaderos y más hondos valores de la vida.

Los tres protagonistas de Stalker sufren una crisis existencial que no saben resolver. El escritor es un hombre que ha perdido la inspiración y la fe en su trabajo, harto de un mundo lleno de reglas y dogmas que, valga la redundancia, acaban despersonalizando a las personas. Intenta mantener su fe en el arte, pero la sociedad lo arrastra a frustrarse en su intento. Un ejemplo de la contrariedad que siente consigo mismo durante el viaje, es este pasaje: “Mi conciencia es vegetariana; quiere conquistar el mundo. Y mi subconsciente anhela un trozo de carne jugosa. Pero, ¿qué quiero yo?".
De un modo parecido, el profesor ansía encontrar alguna cosa en la vida que carezca de explicación científica. En caso de encontrar un lugar donde se hagan realidad los sueños de las personas, siente el deber de destruirlo para que no recurran a él personas desalmadas cuyos propósitos puedan acabar con el mundo.

Ambos sufren al no encontrar la felicidad. Viven una vida tortuosa donde la función que realizan cotidianamente ha perdido todo su sentido. En sus adentros encuentran demasiadas cosas por resolver y se sienten perdidos. Por ello, el viaje supone para ellos una lucha interior en busca de respuestas que sólo residen en sí mismos. Esto provoca que en el momento final del viaje, cuando se encuentran ante el umbral de la habitación, reflexionen sobre la historia que anteriormente les contó Stalker. Dikoobras, un antiguo Stalker, entró en la habitación sagrada con la intención de resucitar a su hermano muerto. A su salida se volvió extremadamente rico. En ese momento se dio cuenta de que el deseo más sincero que escondía en su interior no era resucitar a su hermano, realmente no era su razón de ser; sino que sólo quería convencerse de ello. Cegado por esta contradicción espiritual, Dikoobras no pudo soportar reconocerse como un ser avaricioso y codicioso y se ahorcó. Es por esto que en el momento de decidirse a entrar en la habitación, todos sienten miedo, porque sienten que les puede ocurrir lo mismo que a Dikoobras. Son conscientes de que a pesar de haber superado las trampas del camino, sus almas aún encierran elementos oscuros.

Este es el momento en que Stalker sufre el duro golpe de reconocerse como fracasado. Comienza marcadamente su dilema existencial. Por ver que el escritor siente vergüenza de explicar cuales son las cosas horribles que ha realizado en su vida y miedo de ver reconocidas sus pulsiones impuras. Por ver que el profesor se propone hacer estallar la habitación en pos de evitar posibles males mayores a la humanidad.
Stalker es un hombre que vive por y para la Zona, un idealista que lucha por mantener los valores espirituales. Un hombre capaz de abandonar a su familia por seguir su función en la vida, lo cual provoca, fruto de las radiaciones, que su hija sufra mutaciones. No es extraño que ante la reacción de sus acompañantes, se derrumbe. Ve como poco a poco se despedaza su vida, entregada a ayudar a los desventurados a reencontrarse con la fe. Se siente fuertemente frustrado al darse cuenta que ya nadie lo necesita. Toda la humanidad ha olvidado la importancia de creer en algo.

No obstante, Tarkovski trata de poner el contrapunto a las conclusiones de sus personajes. Aparece entonces la figura de la mujer del Stalker, quien da una lección espiritual a los viajeros. Sentada, dirigiéndose a la cámara fumando un cigarrillo, parece dirigirse tanto al espectador como a los viajantes que pudieran permanecer en escena fuera de campo. Es el momento en que cuenta su historia, y con ello, su verdad. Su madre le decía que un Stalker siempre sería un prisionero, que era mejor separarse de él. Pero ella luchó por su marido y por su vida. “He aceptado mi destino y por eso no envidio a nadie. Sin adversidades no podríamos ser mejores. Sin esto no existiría la felicidad. Es mejor una felicidad amarga que una vida gris”. Por lo tanto, la mujer es quien abre una vía reflexiva que intenta salir de las penumbras en las que se han sumergido los tres hombres durante y tras su viaje. Una vía abierta que se personifica en la figura de la hija con ciertos poderes paranormales. Una niña que en ningún momento participa del diálogo, aunque aporta un giro en la reflexión realizada en el film que no podrían explicar ni mil palabras. En el último plano, la niña, postrada sobre la mesa, consigue mover unos vasos con la mente mientras escuchamos el Himno de la alegría. Se produce el momento revelador, de nueva creencia en la humanidad. El avance de un cambio generacional que tal vez crea de nuevo en los verdaderos valores de la vida.

la expresión del color

Tarkovski decide enfatizar todavía más estas relaciones emocionales que sienten los protagonistas y que son conducidas por la figura del Stalker. Mediante la alternancia del uso del color y los tonos sepia potencia la expresión de la duda existencial, remarca dentro del discurso los estados en que se mantiene la esperanza y la fe y en los que el mundo es una trampa ante la cual toda la humanidad ha sucumbido. De este modo se asocia la creencia con los colores vivos, utilizando los tonos sepia para representar la desventura. El film se abre en color sepia hasta la llegada a la Zona, donde hay un cambio a color. Lo mismo ocurre con los valores invertidos, en la salida de la Zona. No obstante, dentro de ella hay dos momentos en que no se cumple esta regla. El primero, en un momento de ensoñación de los personajes, la imagen se torna sepia como representación de la lucha que mantienen con sus propios miedos -momento en que aparece el perro-. El segundo, en un plano secuencia de grandísima belleza, en que los tres viajeros se encuentran sentados en el agua, derrotados. La cámara se aleja de ellos con gran lentitud para conseguir un gran angular. La luz cambia paulatinamente pasando a convertir los colores en sepia, para al poco iniciar de nuevo el cambio cromático hacia los tonos verdosos y azulados. Sin embargo, en las últimas escenas del film -donde la imagen es color sepia, al transcurrir fuera de la Zona- se produce el efecto contrario. El color acompaña las dos escenas que protagoniza la hija de Stalker, simbolizando en medio de ese “mundo perdido”, el último halo de esperanza.

la Zona o las pruebas de la vida

La Zona es un lugar donde según las declaraciones del Profesor Wallace se produjo una brutal explosión veinte años atrás arrasando una extensión de un kilómetro cuadrado. (3) Las autoridades declararon que el causante fue un gran meteorito que expandió sus radiaciones por todo el lugar. Por ello, acordonaron el terreno y mandaron al ejército a investigar. Pero los soldados nunca volvieron. Esto sembró el pánico y se prohibió la entrada a la Zona, ahora acordonada por la policía. En los alrededores comenzaron a surgir historias fantásticas y leyendas entre las que se barajaba la idea de que en su interior había una habitación mágica donde los deseos se cumplían. Pero sólo los Stalkers conocían los secretos del camino hasta ella, al parecer lleno de trampas. Así fue como las personas que habían perdido la esperanza buscaban la ayuda de un Stalker (4) para realizar el camino hacia dicha habitación sagrada.

Topográficamente la Zona es un terreno pantanoso atravesado por un río donde se mantienen las ruinas de algunos edificios y los restos de los tanques del ejército. Un vasto terreno verdoso donde reinan el agua y la vegetación, entre los cuales se esconde una cámara subterránea que lleva a la habitación sagrada. Además es un lugar prohibido, donde no entra nadie, fuera de la dominación del “gran ojo” que todo lo ve. Por ello y a su vez, la entrada en ella supone para Stalker una liberación. En cuanto llegan a la Zona, Stalker se separa de sus acompañantes para encontrarse a solas con ella. Tumbado en el suelo, se retoza en la hierba expresando alivio, como quien vuelve a casa tras largo periodo de ausencia. No obstante, es consciente de los peligros que encierra el lugar. En él deben ir trazando el camino como quien mueve figura en un juego de mesa. No son pocos los peligros que los acechan hasta llegar a la habitación sagrada. No se puede avanzar en línea recta ni volver atrás. Cada paso es una prueba que hay que superar. Por ello, en un momento en que el escritor zarandea la rama de un pequeño árbol, Stalker le grita: “no lo toque, éste no es un lugar para paseos ociosos. La zona quiere que se le respete, si no lo hacemos nos castigará”. Entonces, se plantea la gran pregunta, ¿qué representa la zona? ¿cuál es el simbolismo que encierra? Tarkovski responde que no se le debe atribuir simbología alguna. La Zona es la vida misma. Un camino lleno de pruebas y trampas que se deben superar luchando contra las adversidades, pero sobre todo, luchando con uno mismo. Trazando cada paso con fe y rigor, para llegar al final del camino -equivalente al umbral de la habitación- despojado de toda contaminación del alma y en armonía con el yo interior.


la representación del espacio

Tarkovski establece un estrecho vínculo entre los personajes y el paisaje. En la Zona, el espacio aparece potenciado continuamente y con dos finalidades. Por un lado el espectador tiene la sensación de que los personajes están perdidos en la inmensidad, sensación que se consigue por medio de la proliferación de planos estáticos y generales. Crea una especie de espacio teatral, abierto, que guarda la distancia con aquel que lo ve. En ocasiones, dentro de estos planos generales, cuando los personajes discuten entre ellos es difícil apreciar quién es el que habla. El espectador debe hacer un esfuerzo. Incluso en muchas ocasiones el que escucha -el receptor- se mantiene fuera del cuadro. Y es con todo ello que el espectador siente cierta tensión respecto a la inquietud que crea la inmensidad del espacio así como a la comunicación poco fluida entre personas.

No obstante, en contraposición, se realiza un largo repertorio de primeros planos y planos detalle, que consiguen reducir ese infinito a algo personal, al interior de los protagonistas, a su lucha constante y personal. En este caso se nos muestra tanto la expresión del rostro del que habla – que en la mayoría de ocasiones reflexiona en voz alta, sin llegar a comunicarse con el resto-, como detalles de objetos sumergidos en el agua (5), bien sean armas, jeringuillas, fotografías, cajas, monedas, etc., lo cual nos muestra un ojo selectivo que nos enseña lo que quiere relacionar.
Con todo, observamos una autonomía en el movimiento. Es decir, los personajes tienden a entrar y salir del cuadro, se toman esa libertad. Se relacionan con el espacio, deambulan por él. E incluso, por otra parte, la mayoría de los planos fijos del film, no lo son. La cámara se desliza sigilosamente, ya sea por medio del zoom óptico o por medio de travellings horizontales, de tal modo que igualmente queda enfatizada en todo momento la quietud del espacio, aunque el movimiento no cese.

Tarkovski no sólo nos ofrece un estrecho vínculo entre los personajes y el paisaje exterior natural, sino también con los interiores. Éstos son tratados de un modo pictórico. La ubicación de los personajes dentro de cuadro y los puntos de fuga así lo denotan. Es éste un patrón que se seguirá a lo largo de toda la película. Un ejemplo claro es, en la apertura de la misma, un plano secuencia que transcurre en un apeadero. La imagen compuesta de tonalidades sepia fuertemente contrastadas contiene una textura rugosa casi palpable. Los protagonistas quedan agrupados en el extremo izquierdo del encuadre, mientras que en el derecho se coloca el dueño del lugar. El punto de fuga viene del centro, de una puerta que luego se cierra. El contraste tonal es oscuro y el plano es de gran profundidad, lo cual crea un ambiente pesado, sórdido, pero a su vez, unos pequeños puntos de luz dan un matiz misterioso y dramático a la escena. 
Otra escena de gran belleza visual y connotada influencia pictórica es aquella en la que los personajes se encuentran dentro de una habitación reflexionando, justo ante el umbral de la habitación sagrada. En ella la composición se divide en dos planos. El primero, donde no ocurre nada, nos muestra el muro de entrada al habitáculo. El segundo a los personajes dentro de él -entrando y saliendo de campo-, vistos tan solo a través del pequeño espacio que nos ofrece la puerta. Se nos muestra un juego de espacios en su profundidad, de un modo que nos hace recordar los interiores conectados por puertas abiertas de Vermeer o Hammershoi. En todo caso, el realizador se decanta por ambientes sobrios y dramáticos, muy a menudo pesados, donde no obstante, nunca deja de lado la armonía compositiva.

elementos bíblicos y símbolos

Aunque Andrei Tarkovski siempre declaró no ser creyente, son indudables los paralelismos de los elementos del film con algunos motivos religiosos. El realizador, afirma que el tema central del film son los valores humanos, los cuales vincula íntimamente a la fe. Aunque esta fe no debe entenderse forzosamente como religiosa, es evidente su paralelismo con la fe cristiana, y principalmente respecto a la figura del Stalker. Éste, no es sino un guía espiritual. Alguien que ha sacrificado todo en su vida por reconducir hacia la fe a aquellos que han perdido toda esperanza. Para ello ha sacrificado varios trabajos y ha pasado largas temporadas en la cárcel. Además, cada vez que emprende su viaje hacia la Zona debe abandonar a su mujer y a su hija -sobre la que además siente la culpa de haberle causado mutaciones- , sin saber con seguridad si las volverá a ver. Sus pasos en la vida son, en definitiva, como autoflagelaciones. Sin pasar por ese sufrimiento no le es posible sobrevivir, pues no podría dejar de ser un Stalker. Es por ello que en su regreso de la Zona trae consigo al perro, que simboliza a ésta, la cual siempre lo acompañará.
Sin embargo, la referencia bíblica más clara es la corona de espinas que aparece en el umbral de la habitación sagrada. El escritor la coge y se la coloca en la cabeza. Tras un largo camino de sufrimiento y aprendizaje -equivalente al de Cristo-, cruzar el umbral de la habitación supone el final, pero también el comienzo -como una resurrección-.
Por último, queda el milagro, la esperanza como decíamos, personificada en la figura de la niña mutante. Tocada por la Zona, portadora de forma innata de sus secretos, representa el punto de luz que ha de crecer en la noche eterna.


1. Andrei Tarkovski en Esculpir en el tiempo. pag.219.

2. Andrei Tarkovski en Esculpir en el tiempo. pag.223.

3. Declaraciones que aparecen tras la primera secuencia del film como títulos de crédito.

4. Stalker viene del verbo inglés to stalk, que significa cazar al acecho, andar sigiloso. Por ello podríamos traducirlo como “merodeador”. La simbología respecto al papel del personaje es evidente.

5. No es extraño que recorra las aguas que encierran los resquicios de los productos nocivos de la humanidad. Para Tarkovski, -y lo vemos en sus films-, el agua juega un papel redentor. Un ejemplo claro sería el baño de Kelvin con su madre en el tramo final de Solaris.



8 de septiembre de 2007

La fuente de la vida (2006), Darren Aronofsky

En el número de Junio de la Cahiers du Cinema España, Ángel Quintana escribía un artículo en el que reflexionaba sobre la trayectoria de Aronofsky y Terry Guilliam centrándose en sus últimas películas, en el primer caso La fuente de la vida y en el segundo Tideland (2005). Llegando a la conclusión de que las propuestas de ambos resultan un modelo en crisis. Y es que ambos cineastas se dirigen, si no a la deriva –el caso del primero–, al naufragio –caso del segundo-. Es cierto bajo mi punto de vista que a Guilliam le faltan, y mucho, las luces de Brazil, al igual que Aronofsky las de Pi. No obstante, no me parece tan alarmante la situación de este director neoyorquino de corta trayectoria que tan solo cuenta con tres filmes en su haber.
En La fuente de la vida intenta investigar más allá de la plástica de Pi y Réquiem por un sueño, interesándose por unas imágenes de corte pictórico que presentan algunos rasgos derivados del diseño gráfico. El resultado son unas imágenes de gran interés y belleza. Sin embargo, la parte final del filme resulta un alarde plástico que llega a rendirse cansino y repleto de manierismos.
Como en el resto de su corta filmografía, Aronofsky indaga en la facultad obsesiva del ser humano presentándonos una historia que lleva al límite a su protagonista. De tal forma que, obsesionado con salvar a su mujer, lucha consigo mismo y los misterios de la existencia para encontrar un remedio a la muerte.
Un relato sugerente y de gran fuerza visual que avanza irremediablemente de más a menos.