9 de noviembre de 2010

MIRADAS DOC

Una mirada hacia África

En su quinta edición, el Festival Miradas Doc de Guía de Isora (Tenerife) se encuentra en un periodo de madurez y asentamiento. Se trata de uno de los pocos festivales de cine documental que organiza un mercado al que acuden televisiones de todo el mundo en busca de creaciones que se adapten a sus contenidos.

Pero también se trata de un festival que promueve las propuestas críticas, sociales y de denuncia, ofreciendose como plataforma de promoción para documentales procedentes especialmente de Ásia, África y América Latina –sin olvidarse de exhibir la creación local-.

En esta quinta edición, el interés por el cine documental africano se evidenció con la programación de dos secciones especiales, una dedicada al cine documental de Níger y otra al recientemente fallecido realizador senegalés Samba Sarr. Un cine cuyo único foco de distribución reside en festivales de este tipo en los que intenta encontrar un respaldo que mejore su situación en un futuro.

La sección Focus Níger constaba de seis producciones programadas siguiendo un criterio de pluralidad por su variedad de propuestas. Distintos discursos, calidad -mayor y menor- de filmación y formato tanto en cortometrajes como en mediometrajes, originalidad del relato o recaída en el tópico, etc.

En documentales como Les enfants du Dakoro (2000), de Moussa Abdou Saley, es tangible la falta de medios con la que habitualmente tienen que trabajar los cineastas africanos. De los cuales la gran mayoría son autodidactas o en caso de estudiar en el extranjero no vuelven a trabajar en su país de origen. Algo que como sabemos es uno de los grandes problemas en un continente donde la fuga de cerebros está a la orden día. Donde aquellos que adquieren un nivel de estudios equiparable a secundaria emigra al primer mundo prácticamente un 80%.

En Paisans de sable (2000) Djingare Maiga genera un discurso acodado en imágenes tomadas durante la dura sequía que azotó el país durante 1984, y que en ocasiones arrastran el texto hacia algunos tópicos más propios de una mirada occidental en territorio africano. Su discurso documental se encuentra más cercano al documental histórico que al reportaje, al que por otra parte podríamos adscribir el corto de Moussa Abdou Saley citado con anterioridad, Menace! (2000) de Boka Abdoulaye y Le combat d’une femme (2008) de Jenna MacLellan y Amadou Souley “Koye”. Los dos últimos con claro espíritu de denuncia, reflejando la contaminación generada por el uso desmedido de bolsas de plástico en Níger en el primer caso; mostrando el retrato de una joven discapacitada por la polio que lucha por hacerse un hueco en el mundo y defender los derechos de las mujeres en el segundo.

Pour le meilleur et pour l’oignon! (2009) de Sani Elhadj Magori y La robe du temps (2008) de Malam Saguirou utilizan un discurso más antropológico, tomando un posicionamiento cercano a esa tendencia del documental que muestra la forma de ser de un pueblo y deja que fluyan las situaciones delante de la cámara. Así, en el primer caso se nos muestra la forma de vida en relación a los beneficios del cultivo de la cebolla en un poblado, como las vicistudes por las que pasa el jefe de una comunidad en la toma de decisiones que la hagan prosperar.

En estos documentales se encuentra una de las claves del cine de Samba Sarr: recoger la filosofía de la gente común. Este cineasta senegalés al que apodaban “le sénateur” porque siempre se encontraba presente en todos los actos culturales en los que primero escuchaba y luego opinaba, trató de enseñar al mundo los problemas de África desde el testimonio de sus propios habitantes. Tras realizar reconocidos documentales como Dakar cherche de l’oxygène (2006) o Semillas que el mar arrastra (2008), Miradas Doc presentó su último trabajo como homenaje. Oro verde de Saloum (2010), documental que consta de dos partes de las cuales en el festival se proyectó la segunda, habla de las graves carencias que sufre el continente africano y por ende Senegal. De una forma natural y más que entretenida Samba (en la imagen) capta la vida de diversas personas en relación a los oficios que desempeñan. Recolectoras de ostras, un artesano o el propietario de un ciber entre otros, nos hablan sobre como desempeñan su trabajo y cuáles son los medios que necesitan para mejorarlo, tanto en lo referente a la mejora de la producción como a su propia mejora de la calidad de vida. De esta forma crea un discurso al margen de lo paternalista, fomentando las ganas de seguir adelante a pesar de la falta de medios, siendo en todo momento positivo y esperanzador. África sigue teniendo graves problemas en la modernización a los que se sigue sin poner fin. Lo cual queda patente de una forma más marcada en Oro verde de Saloum en dos ocasiones. El propietario del ciber nos dice que todos los días se va la luz y puede tardar muchas horas en volver, con lo que no pueden trabajar y la par que nadie paga su tiempo perdido. Y esto es algo que ocurre no sólo en estos pueblos, sino también a diario en la capital Dakar.

En un país donde prácticamente ningún pueblo tiene siquiera biblioteca, aparece un agente de protección de los derechos de autor intentando sensibilizar a los artesanos de que registren sus obras evitando así que sean copiadas por otros. En una escena que roza lo cómico, la agente de protección de derechos de autor le explica en francés a un artesano analfabeto que únicamente habla y entiende su dialecto africano que debe presentar una fotografía y una copia del documento de identidad. Y el espectador se pregunta, ¿es que hay fotocopiadora o un fotógrafo en el poblado donde vive este señor?

Samba Sarr nos demuestra que la falta de medios es ilimitada, pero no pierde la esperanza y por ello luchó mientras pudo, tomando el documental como vehículo comunicativo.

4 de noviembre de 2010

El Museo en el cine


En Viaggio en Italia (1954) Ingrid Bergman paseaba por el Museo Arqueológico de Nápoles observando estatuas clásicas. Rossellini deslizaba su cámara entre las esculturas creando un ambiente alegórico, tan contradictoriamente tierno como agresivo en los ojos de una Bergman que parecía reconocerse en una estatua de Venus y turbarse ante las figuras de personajes que se habían dejado llevar por sus bajas pasiones. Asistiendo así a una especie de revelación, de visión tan escéptica como desoladora de su vida.
Más tarde, Nobuhiro Suwa nos regalaba con Un couple parfait (2005), y a modo de personal homenaje al film de Rossellini, a una Valeria Bruni-Tedeschi observando las estatuas del Museo Rodín de París. Intentando, al igual que Ingrid Bergman, encontrar un hálito de consuelo o esperanza en el arte, aunque la experiencia la acabara llevando a las lágrimas.
Se trata de dos momentos en la historia del cine donde el museo aparece como un lugar redentor, un recodo donde buscarse a sí mismo entre las obras de arte.
Sin embargo también podemos encontrar el museo visto a través del celuloide de forma menos reflexiva o metafórica. Así lo es en películas que por otra parte transcurren de forma íntegra en un "cubo blanco", como las que componen la saga de Noche en el museo (Shawn Levy, 2006 y 2009), o en otras donde transcurren escenas de acción o intriga. Tom Tykwer recreaba en The international (2009) un tiroteo de lo más espectacular en las dependencias del modernísimo Museo Guggenheim de Nueva York; mientras que Ron Howard situaba en los pasillos del Louvre un misterioso asesinato en El código Da Vinci (2006).
El museo como elemento que acompaña a la trama o como contenedor que porta un elemento crucial para ésta. Así se observa en algunos films donde una obra de arte se convierte en el eje central de la trama, como en La hora de los valientes (A. Mercero, 1998), El robo más grande jamás contado (Daniel Monzón, 2002), Bean (Mel Smith, 1997) o en la enunciada anteriormente El código Da Vinci.
Pero el cine es mucho más que una trama, una ficción o una documentación de hechos. El cine también es, entre otras cosas, ensayo o poesía. Chris Marker y Alain Resnais nos ofrecían una mirada directa hacia las colecciones de diversos museos sin mostrar sus edificios. Les statues meurent aussi (1953) refleja un hondo y reflexivo ensayo sobre los males del colonialismo francés, el racismo y el efecto corrosivo de la mano occidental sobre el arte del continente africano, que utiliza como telón de fondo las imágenes de estatuas cedidas por el British Museum, el Musée Du Congo Belge y el Musée de l’Homme.
Por último, otro tipo de cine de museos ha abierto una ventana hacia una nueva forma de filmar esta entidad cultural con posibles fines promocionales. Contrariamente a cómo suelen ser las características de los documentales o CD ROM que comercializan los museos sobre sí mismos, encontramos nuevos lenguajes que podrían servir para reinventar un discurso que consiga acercarse en mayor medida al visitante. El documentalista francés Nicolas Philibert descubre en La Ville Louvre (1990) los entresijos del funcionamiento del gran Museo del Louvre. Sin perder un cierto rigor estético a la hora de mostrar imágenes de las obras de arte, muestra al espectador el día a día en un centro de tales dimensiones, algo imposible de descubrir sobre terreno como mero visitante.
Por su parte, en El arca rusa (2002) Aleksandr Sokurov pasea su cámara por todos y cada uno de los rincones del Palacio de Invierno de San Petersburgo mostrando cada detalle del Museo del Hermitage. Aunque lo hace de un modo muy distinto al utilizado por Philibert, puesto que parte de una ficción, no de un documental-. Del mismo modo resulta destacablemente innovador por su estilo. Mediante un único plano secuencia que compone la totalidad del film, Sokurov resume los últimos 300 años de historia de Rusia bajo su propia mirada y la de un diplomático francés del s. XVIII con el que recorre cada una de las dependencias del museo.