30 de marzo de 2012

Extraterrestre (2011), Nacho Vigalondo

Que un domingo a última hora de la tarde, asistan seis personas a una sala a ver Extraterrestre, cuando en la entrada de los multicines había una larga cola, dice mucho sobre sus expectativas comerciales. Mientras, una semana más, Intocable abarrotaba la sala de al lado y otra película española, la insulsa La montaña rusa, conseguía un aforo un tanto más generoso.
Después de debutar en el largometraje con Los cronocrímenes (2008), el cineasta Nacho Vigalondo sigue renunciando al éxito comercial. Continúa anteponiendo su forma de entender el cine a las fórmulas facilonas que aseguran el triunfo en taquilla. Lo que hace con Extraterrestre es intentar proponer algo nuevo y aunque el resultado no sea nada del otro mundo, la película entretiene.
Julio y Julia (Julián Villagrán y Michelle Jenner) se despiertan juntos una mañana cualquiera como dos desconocidos tras una noche de fiesta. Descubren anonadados un Madrid desierto en el que se ha producido una invasión extraterrestre. Como si eso fuera poco, la cosa se empieza a complicar cuando aparecen en escena dos personajes especialmente peculiares, un vecino trastornado (Carlos Areces) y el novio de Julia (Raúl Cimas), que desconoce los cuernos de ella.
Este grupo de personajes (sobre todo la pareja protagonista), pasa la mayor parte de la película en el interior de un piso. Como si de una especie de efecto de El Ángel exterminador se abalanzara sobre ellos y no fueran capaces de tomar la iniciativa de afrontar el problema, la incertidumbre de saber qué está pasando. La película de ficción pasa enseguida a un segundo plano y aflora la comedia romántica y surrealista. Según el propio Vigalondo (ese cineasta tan independiente como mediático), su intención es una película de ficción donde encaja una comedia romántica. Pero en el resultado final más bien se invierten los términos. Al fin y al cabo los personajes acaban actuando en función de sus sentimientos y no en función de lo que está ocurriendo ahí fuera. Una invasión extraterrestre de la que desconocen prácticamente todo.
Aunque la película muestra algunas carencias como la repetición de ciertas situaciones de la trama o una grabación de sonido un tanto deficiente, tiene el valor de contar un tipo de historia que suele conllevar virtuosismos y efectos especiales, con una economía de medios envidiable. El cineasta cántabro arrastra al espectador a su terreno consiguiendo que no aguante toda la película simplemente para ver a algún alienígena.
Sea como sea, Extraterrestre es una película idónea para perder los perjuicios hacia el cine patrio. Finalmente, como espectadores potenciales, acabamos contribuyendo al éxito comercial de películas mainstream americanas que en muchas ocasiones no consiguen ni mucho menos, hacernos saltar de la butaca. Tal vez deberíamos apoyar más a nuestro cine e ir a ver este tipo de películas. Sobre todo, los amantes del absurdo.

23 de marzo de 2012

Los idus de marzo (2011), George Clooney

Los idus de marzo es una película que se afana en mostrar los entresijos que esconde la vida política norteamericana. En plenas primarias demócratas, dos gobernadores se encuentran enfrentados por la carrera a la presidencia. Una lucha que puede parecer comedida, pero que en realidad es una verdadera batalla incluso en el interior de un mismo bando. En el juego de la política vale todo, sea ético o no, sea o no legítimo.

Aunque se le conoce principalmente por su faceta de actor, no es la primera vez que George Cooney muestra sus dotes en la dirección y la escritura fílmica. Un buen ejemplo es la notable y también política Buenas noches y buena suerte, con la que ya optó al Oscar a la mejor dirección, guión y película.

Asumiendo el papel secundario del gobernador demócrata (que por las imágenes de campaña, emula a su idolatrado Obama), Clooney escoge como protagonista de Los idus de marzo a uno de los actores más laureados del año, Ryan Gosling. Después de Drive (Winding Refn) y Crazy, stupid love (Ficarra y Requa), Gosling interpreta con buena nota a un joven e inteligente asesor de campaña. El joven avispado y solvente capaz de plantar cara al poderoso en la película; el nuevo galán y chico duro, que tanto interpreta dramas como comedias en la vida real. Un nuevo rostro de juventud que renueve los papeles que hace unos años solían interpretar Jonnhy Deep, Brad Pitt o el propio Clooney. La más viva muestra del cambio generacional en el elenco actoral hollywoodiense.

El apogeo en los últimos años de las series de televisión de calidad ha conseguido que cuando hablemos de ciertos tipos de cine, podamos tomar tantas referencias de ellas como de otras películas. Y en el caso de Los idus de marzo, en el que nos encontramos ante una ardua trama política, es imposible no acordarse de El ala oeste de la Casa blanca o la fabulosa tercera temporada de The wire. De hecho, es un poco de todo esto de lo que habla Cooney. De la política como espectáculo, de la política como artefacto televisivo y mediático. Algo que consigue plasmar con sobriedad y estilo a través de una serie de planos de carácter muy televisivo y la presencia continuada de los medios de comunicación en la puesta en escena y en el entramado de la película.

A pesar de conseguir una atmósfera despótica y de incertidumbre política, Los idus de marzo encuentra ciertos problemas en los acontecimientos que desencadenan la trama, que se llevan en ocasiones demasiado al límite. Tanto que llegan a acercarse peligrosamente a la frontera de lo creíble. Sin embargo, otros recursos consiguen que el espectador a penas se plantee tales desmanes, y ahí es donde entra la buena mano en la dirección de George Clooney.

16 de marzo de 2012

Intocable (2011), Eric Toledano y Olivier Nakache

Que una película consiga en su país de origen 19 millones de espectadores y una gran repercusión mundial puede tener sin embargo un significado muy ambiguo. De un lado, ya quisieran todos (sin ir más lejos, en España) alcanzar cuotas de pantalla la mitad de elevadas que las alcanzadas por Intocable. Por otro, las cifras de taquilla no necesariamente están relacionadas con la calidad del cine. Una película entretenida para algunos, no necesariamente tiene que ser una buena película.
Se ha comparado Intocable con Paseando a Miss Daisy, El discurso del rey, Armas de mujer e incluso con Pretty woman. Y no sólo desde la crítica, sino desde el propio tráiler promocional de la película. Lo cual deja claro de antemano el tipo de film que vamos a ver. Su propia trama, basada en hechos reales, nos lo anticipa.
Un millonario francés parapléjico contrata como su asistente principal a la persona en principio más inesperada: un joven de origen senegalés, procedente de un ambiente de criminalidad, de lenguaje burdo, aunque de carácter más travieso que provocador. Después de un primer contacto, surge una fuerte amistad que los conducirá a vivir una serie de experiencias de suma importancia para ambos. Una relación amistosa que debe todo su éxito a la química entre los intérpretes. El consolidado actor francés François Cluzet en el papel del ricachón, y el poco conocido Omar Sy en el papel del inmigrante. El único capaz de arrebatarle (y lo hizo) la estatuilla al mejor actor a Jean Dujardin en los premios de la Academia francesa.
La película reúne todos los elementos para atraer a las masas, puesto que sabe utilizar las herramientas necesarias. Dos personajes antagónicos que acaban siendo inseparables; la presentación de un drama suave, dosificado con pequeñas pero constantes dosis de humor; un toque de travesura en la trama y actos de rebeldía políticamente correctos, que no llegan a pasarse de la raya; una repetición constante de situaciones que provoquen la lágrima fácil; la imagen real de los protagonistas en la historia verdadera, que se nos muestra en los títulos de crédito, para que se nos ponga todavía más la piel de gallina. Todo juega a favor de un producto prefabricado y puramente comercial. Pero siendo un poco exigentes, todo eso no son más que falacias. No son más que un conjunto de recursos que tienen como consecuencia la falta de profundidad, la superficialidad y la impersonalidad de la cinta. Una historia contada como un cuento edulcorado de tópicos y de la maravillosa música, eso sí, del maestro Ludovico Einaudi. Una película que maravillará a muchos y dejará totalmente indiferente a las miradas más exigentes.

9 de marzo de 2012

La invención de Hugo (2011), Martin Scorsese

El versátil e ilimitado Martin Scorsese rinde en su última película un homenaje a los inicios del cine y en especial al cineasta Georges Méliès. Como el ilusionista francés, Scorsese siempre ha mostrado el gusto por el artificio a lo largo de su cinematografía. Y en La invención de Hugo lo pone al servicio del espectáculo visual en clave de cuento, basándose en la obra literaria juvenil de Brian Selznick.

El pequeño Hugo lleva una vida solitaria encargándose clandestinamente del mantenimiento de los relojes de la estación de Montparnasse de París. Marcado por la pérdida de su padre, se encuentra obsesionado con arreglar un muñeco autómata que éste le regaló. El inquieto Hugo pronto conoce a su compañera de aventura, Isabelle, con la que descubrirá que ante sus ojos se encuentra una leyenda viva del cine. Un Georges Méliès convertido tras la guerra en anónimo juguetero, olvidado por el público hace años.

La entrada de La invención de Hugo es espectacular. El realizador de joyas como Taxi driver (1976) o Uno de los nuestros (1990), hace desde el principio una síntesis de los recursos de los que es capaz el cine de la era digital. Movimientos de cámara vertiginosos, planos de gran complejidad o colores vivos fruto de un trabajo milimétrico de etalonaje. Éste último, basado en las tonalidades de color utilizadas en los inicios del cine en los que se coloreaba a mano el celuloide. Toda la película es una reivindicación del mundo de ilusiones que ha reproducido siempre el cine. Un diálogo entre el cine primitivo y el cine de hoy. Su fusión con el ilusionismo y los artificios de Méliès. Y qué mejor por lo tanto, que ubicar la historia donde se produjo el nacimiento del cinematógrafo.

Los protagonistas de La invención de Hugo transitan por una estación de tren cuidada hasta el más minúsculo detalle, con una esplendorosa ciudad de París como telón de fondo, que dota de una atmósfera de ensueño cada una de las escenas que trabajosamente componen el film. A ello se suma la nostalgia de Ben Kingsley en la piel de Méliès y Sacha Baron Cohen (con pinceladas de Lloyd y Keaton y apariencia de soldadito de plomo), incansable e ingenuo archienemigo de Hugo, en la piel del guardia de la estación de tren. Ambos aportan en sus apariciones mayor fortuna a las escenas que los jóvenes aventureros. Por otra parte, la estación de tren como espacio por excelencia, regala momentos destacables. Breves citas que evocan al maestro JacquesTati o la espectacular escena que reproduce de forma onírica el choque del tren que perforó en realidad la estación de Montparnasse en 1895.

El maestro saca las herramientas y pone a funcionar los engranajes de una maquinaria casi infalible. Sin duda vale la pena apreciar tal derroche visual en el máximo esplendor de la gran pantalla de un cine en 3D, a pesar de ser un producto demasiado edulcorado. La película termina siendo al fin en su conjunto, la propia imagen del autómata de Hugo. Una máquina perfecta, bella y acompasada, tan cercana a la perfección humana y sin embargo tan lejana. Una maquinaria que por muy fastuosa, carece de alma.

2 de marzo de 2012

Polisse (2011), Maïwenn Le Besco

Polisse, tercera película de la realizadora Maïwenn Le Besco, era una de las películas francesas más prometedoras de 2011. Ya se había llevado el Premio del Jurado en Cannes, pero sin embargo, sólo consiguió llevarse dos premios (actriz revelación y montaje) de los 13 a los que optaba en la gala de los Premios César de la Academia francesa. Gala en la que como era de esperar, triunfó The Artist y la actriz española Carmen Maura se alzó con el premio a mejor actriz de reparto por Les femmes du 6e étage (Philippe Le Guay ,2011).

Basada en acontecimientos reales del cuerpo de policía parisino, Polisse trata de retratar el día a día de su Unidad de Protección de Menores. Aunque el verdadero protagonista del film es todo el grupo de policías, se distingue a dos personajes con mayores dotes protagonistas. Se trata del agente más carismático del grupo y una fotógrafa se encuentra haciendo un reportaje sobre los quehaceres de la unidad policial. La propia directora del film interpreta de forma metafórica a la fotógrafa, aunque de manera desafortunada. A raíz de la relación entre ambos y la entrada de un tercero en discordia, se crea un triángulo amoroso que termina siendo poco creíble y que genera algunos tópicos demasiado ingenuos.

Aunque el arranque de Polisse promete, lo cierto es que se queda solamente en un ejercicio de buenas intenciones. Porque mediante su estilo de filmación cercano al documental, cámara al hombro y con un guión que toma elementos de la realidad, uno se ilusiona pensando en que tal vez está ante una delicia como La clase (Laurent Cantet, 2008), o por temática más cercana si cabe, ante otra Un profeta (Jacques Audiard, 2009), dos de las mejores películas que ha dado el cine francés en la última década. Sin embargo, el resultado es más televisivo, en la línea de las series Canción triste de Hill Street o The Wire. De hecho, bien podría ser una nueva entrega de ésta última, siguiendo el hilo de su cuarta temporada, dedicada a los problemas de los menores. La forma en que Polisse trata los casos y cómo bucea en la vida personal de los personajes para mostrar de qué forma les afecta el trabajo en su vida privada, evoca a esta excelente serie de la HBO. La relación personal entre los agentes, sus reuniones en los bares como única vía de escape o su vida personal inestable y marcada por las separaciones amorosas, son otros ejemplos. Sin embargo, el listón de The Wire es demasiado alto.

El modo de filmarse, la tensión de los personajes, los movimientos orquestados que simulan el naturalismo de la cotidianeidad, son elementos que consiguen de todos modos que la película de Maïwenn encuentre momentos notables. Principalmente porque plantea preguntas para que el espectador las cuestione, destapando la realidad de un sector de población menor de edad que sufre violaciones, abusos, maltratos, etc. Sin embargo, peca de llevar demasiado al límite a sus personajes sin dar un respiro al espectador. Al igual que se mete en terreno pantanoso al optar por un único punto de vista, el policial. No se posiciona de forma directa en las vidas de las verdaderas víctimas, que no son otras que los niños. Aunque se nos muestre el horror que viven, éstos acaban siendo mero artefacto en la trama, el apoyo para los agentes protagonistas del film, posicionados como las verdaderas víctimas. Quienes de principio a fin, acaban siendo pasto de los desbarajustes emocionales que les produce su propia profesión. Como último apunte, mencionar el guiño favorable a la política anti-gitana de Sarkozy en una de las secuencias, defectos aparte, de las más conseguidas del film. Tal vez la mona está más vestida de seda de lo que parece.