30 de junio de 2008

Goodbye Dragon Inn (2003), Tsai Ming-Liang


Nostalgia de un cine que se va

El cine dentro del cine. Del Tornatore de Cinema Paradiso al Fellini de 8 y ½., pasando por su vecino Angelopolous, en La mirada de Ulises. Ya antes, Comencini, expresaba su nostalgia por el cine mudo con La maleta de los sueños. En España Zulueta, nos habló con Arrebato de la muerte del Super 8. Nostalgia de unas formas de cine que se pierden, incluso a veces, de la propia mirada fresca del animal cinematográfico. Ejemplos y más ejemplos que podríamos citar del metacine.
Tsai Ming Liang nos habla en Goodbye Dragon Inn de la pérdida del visionado en colectividad del cine, y con él, de la muerte de una gran sala. De unas películas que ya son historia porque sólo siguen interesando a aquéllos que participaron en ellas. Por ello, el film transcurre íntegro dentro de un cine –como espacio físico, sala- interminable, de recorridos laberínticos y solitarios.


Tiempos muertos

El realizador malayo muestra en cada plano su afán por el documento, por dejar que la cámara capte toda la acción –tanto si la hay como si no la hay- sin recurrir al montaje de planos. Algo que le acerca a otro asiático ya citado en diversas ocasiones en este blog. Véase Ozu. Coherentemente con sus ideales cinematográficos, Tsai muestra los tiempos muertos, no los omite. En Goodbye Dragon Inn narra casi a tiempo real, ni siquiera omite algunos movimientos de sus personajes que sin mostrarlos se darían por entendidos. Es decir, que no sería capaz de resumir las acciones de un personaje -su evolución de la adolescencia a la madurez, la consecución de la fama partiendo de la nada, o sus simples movimientos en el espacio- mediante un breve montaje de planos. No es su estilo. Por ello, es muy interesante el largo recorrido de la joven taquillera coja a lo largo del cine. Tras caminar hacia los servicios y salir de éstos, asciende un sinfín de escaleras llegando a hacer un recorrido casi laberíntico que apreciamos a tiempo real. La cámara queda fija en un punto en el que en muchos casos no ocurre nada. Oímos los pasos acompasados del cojeo de la joven fuera de campo, que no deja de marcar el ritmo de la película. Ella entra en el cuadro y éste se mantiene fijo hasta que desaparece. En cuestión de tres o cuatro planos, se resuelve un trayecto que en tiempo cinematográfico resulta francamente largo, aunque un verdadero placer para los sentidos.



13 de junio de 2008

Atmósfera gélida, ambiente despersonalizado

Ploy (2007), Pen-Ek Ratanaruang



Lugares de tránsito en los que se confunden la realidad y el sueño. Una puesta en escena impeclable. Una fotografía muy cuidada con una gama cromática coherente durante todo el metraje, abrumadora.
Aquí encontrarán una magnífica crítica de Liliana Sáez al respecto.