23 de noviembre de 2012

Holy motors (2012), Leos Carax

Surrealista, imprevisible, dinámica, visualmente abrumadora… inclasificable. Puede tomarse como un alarde infumable de pedantería y estupidez o como una película de vanguardia digna de reflexión y alarde de ingenio. Su director, el franco-americano Leos Carax (uno de esos grandes desconocidos), fue el enfant terrible del cine francés en los 80 tras el impacto de su ópera prima Chico conoce a chica, que rodó con tan solo 24 años. Trece años después de su último largometraje, ha vuelto levantando una gran expectación en el mundo de la cinefilia.


Holy Motors no defrauda en cuanto a lo que cabía esperar de un cineasta que durante toda su carrera ha desafiado las convenciones. Interpretada magistralmente por el camaleónico y habitual colaborador de Carax, Denis Lavant, se trata de una película que ofrece múltiples visiones y significados. Un canto a la libertad sobre los cánones y en definitiva a la potencia del cine y su mirada. Una de las obras más vanguardistas, reflexivas y originales que ha llegado a las grandes pantallas en los últimos años.

A Pedro Costa se le reprochaba desde cierto sector más puritano de la crítica, de hacer estética de lo feo. Otros, como Korine, lo han hecho abiertamente en un tono que desafía el ridículo y lo burlesco. Holy Motors se mueve en ambas direcciones. Visualmente abrumadora, dota el claroscuro de Costa de colores vivos y neones, como utiliza el esperpento para caracterizar a sus personajes. 

En la película de Carax el relato avanza de forma lineal y ordenada y sin embargo sus mensajes se encuentran ocultos y abiertos. De alguna manera, se presenta como una especie de metáfora sobre el declive del cine. El homenaje personal de un cineasta a su trabajo y a la pérdida de su compañera (que murió a penas unos meses antes del fin del rodaje). Todo en el interior de una trama desconcertante: Un hombre se dedica durante un día a interpretar hasta once papeles por toda la ciudad. Llevando a cabo una suerte de acciones artísticas y performances que pueden reproducirse en el interior de una casa, de un cementerio o en plena calle, transportado de un sitio a otro por una enorme limusina. Una especie de ataúd a veces, una especie de único lugar en el que poder refugiarse y ser uno mismo en otras. Puede que alguien esté viendo al protagonista en cada instante, en cualquier parte del mundo, como en un gran hermano. En un mundo tan descarnado y decadente como lo es el mundo en el que vivimos y que tratamos de ignorar. 

Quizá Carax se exceda en algunos momentos y desborde lo surreal. Quizá le sobren a su película algunos arrebatos narcisistas. Pero lo cierto es que Holly motors te atrapa y desconcierta desde la primera escena, te hace sentir estar viendo de nuevo algo que de verdad valga la pena.

17 de noviembre de 2012

La parte de los ángeles (2012), Ken Loach

Un grupo de jóvenes escoceses se encuentra ante el juez que ha de dictar su sentencia. Víctimas de una sociedad cada vez más desestructurada y cruel que les ha dado muy pocas oportunidades, ansían una segunda oportunidad que les permita una vida mejor. Han cometido delitos como alteración del orden público (subiéndose a una estatua o cayendo a la vía de un tren bajo los efectos del alcohol, por ejemplo), pequeños robos o agresión injustificada. Finalmente, el juez los condena a 300 horas de trabajos sociales, perdonando en algunos casos penas de cárcel. Y observando a estos parias, con problemas educativos, situaciones familiares graves y sin trabajo, que son los primeros que pagan ante la ley, uno siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿acaso están pagando algo esos que verdaderamente están hundiendo nuestro sistema económico, esos políticos, banqueros y peces gordos corruptos que merodean a sus anchas sin la presión siquiera de dimitir de sus cargos?


Ken Loach y su guionista Paul Laverty (con el que lleva trabajando casi veinte años) presentan de entrada el típico drama social que caracteriza su cine. Críticos y militantes, han dado a luz películas conmovedoras como Mi nombre es Joe o Sólo un beso. Puesto que han seguido un fiel y coherente recorrido temático en su cine, no es de extrañar que los protagonistas de La parte de los ángeles sean gente perdida, aislada, con poco que ganar y mucho que perder. Sin embargo, rápidamente empieza a palparse en la película cierto sentido del humor y un ambiente más sosegado de lo común. Loach otorga al fin a sus personajes una segunda oportunidad. Cuando uno ya se está encariñando con ellos y teme que llegue el giro en la trama que termine de hundirlos en la miseria, se produce el milagro.

Todo lo contrario que en la anterior película del cineasta en Escocia. De forma desgarradora y sin dar un ápice de protagonismo a los tópicos escoceses, Sweet Sexteen planteaba un drama sobre la difícil adolescencia de un joven condenado a ser víctima de la corrupción y la desigualdad. Sin embargo, La parte de los ángeles le da una vuelta de tuerca al asunto y a medida que va transformándose en comedia muestra con simpatía mucho whisky y faldas escocesas. Sin hacer mucho ruido, se convierte en una película afable y llevadera, en la que sus protagonistas arrastran al espectador consigo a la hora de emprender una aventura que cambiará sus vidas.

11 de noviembre de 2012

Detachment (2012), Tony Kaye

Henry Bathes es un profesor sin plaza que dedica su vida a vagar de instituto en instituto, sin poder profundizar en su metodología de trabajo. Sin embargo, es una persona dotada de una facilidad especial para congeniar con los alumnos más conflictivos de una muy mermada educación pública. Con un abuelo enfermo como única familia, se encariña de una niña que se prostituye en la calle y decide ayudarla.


Detachment no es la película sobre un profesor guay que consigue cambiar a un grupo de alumnos rebeldes que no iban a ser nada en la vida. Se trata de una película que intenta meterse realmente en el meollo de la cuestión y lanzar una reflexión crítica, aunque algo sobre cargada. Utiliza un discurso dinámico y visualmente muy atractivo que la acerca al cine independiente norteamericano desde inicio. Cámara al hombro, cambios de narrador, imágenes de video amateur, cambios a blanco y negro, pequeñas escenas de animación en stop motion, etc.

A modo de diario filmado, Bathes (interpretado de forma excelente por Adrien Brody) comienza a narrar su experiencia docente y otros asuntos de su vida personal. La cita de Albert Camus “Y nunca me he sentido tan profundamente en un único y mismo momento tan separado de mí mismo y tan presente en el mundo”, a modo de cierre de un breve prólogo, dice mucho del estado psicológico que atraviesan él y el resto de los personajes del film. 

Detachment es una película dura, que no se anda con tapujos. Expone todo un repertorio de desgracias y momentos desagradables, creando un todo que acaba siendo demasiado barroco. En las películas del género suele aparecer la figura de un profesor de gran calidad humana y un don especial para redirigir a sus alumnos. Tony Kaye corre el riesgo de sumarle a su protagonista una vida personal agoniosa marcada por las drogas, el suicidio, el abandono de un padre, la situación de dependencia de un abuelo y un largo etc. Vamos, un dramón total que no han necesitado grandes películas como La clase, Hoy empieza todo o Profesor Lazhar, por muy dramática que sea la situación que viven sus docentes protagonistas. Al fin y al cabo Kaye utiliza el recurso como reclamo, para cazar al espectador y abandonarlo en una trágica tela de araña. La reflexión sobre el sistema educativo y la situación de sus docentes está ahí, pero aun manteniéndose fuera de las convenciones, acaba siendo un tanto superficial en algunos aspectos. Detrás de las películas de Cantet, Tavernier y Falardeau las situaciones se vuelven más tangibles. Sin necesidad de avasallar al espectador con los giros dramáticos, saben gestionarlos en sus dosis perfectas dejando espacio para una reflexión que no tiene por qué darse tan masticada. Porque en sus películas nos topamos con personas que nunca se rinden, incombustibles profesionales de la educación que entregan la vida en su trabajo y que aparecen representados en definitiva, como un retrato fiable de la realidad educativa que atravesamos.

9 de noviembre de 2012

Skyfall (2012), Sam Mendes

Skyfall, tercera entrega del James Bond interpretado por Daniel Craig, es ante todo una película conmemorativa. Siguiendo coherentemente la línea de las dos últimas entregas, hace continuos guiños a la historia cinematográfica de este seductor agente secreto que ha ocupado la gran pantalla durante 50 años.


Con tanto vivido, el Agente 007 también ha tenido que adaptarse a los tiempos que corren. Después de que la serie interpretada por Pierce Brosnan siguiera llevando el universo pop del personaje hasta el límite, esta nueva etapa comenzada a partir de 2006 con Casino Royale, ha cambiado el registro. Había que readaptarse a los efectos del 11S y crear a un agente más creíble y duro, con unos enemigos que representaran verdaderamente los temores del s. XXI. Y Daniel Craig ha respondido bien ante el reto.

Resulta lógico que en su afán de cambio, el James Bond de los últimos años guarde cierta relación con su homólogo competidor Jason Bourne. Pero además hay otro paralelismo claro, el Batman de Christopher Nolan. Tanto en Casino Royale como en Batman begins, la historia narra el origen del personaje,  los inicios de su andadura. Ambos protagonistas son una especie de machotes de carácter romántico, marcados existencialmente por la pérdida de un gran amor. Lo cual se demuestra por ejemplo en la violencia y frialdad tal del Bond de Quantum of solace, que llega a preocupar a sus propios superiores del servicio de inteligencia. Lo mismo le sucede al Caballero oscuro en una ciudad de Gotham que cuestiona la ética de sus actos. Mucha acción y sentimientos encontrados que desembocan en una tercera entrega en la que el protagonista se encuentra mermado y casi irreconocible. James Bond y un Bruce Wayne heridos de gravedad, han perdido su convicción. Se sienten viejos y desubicados. El Agente 007 -como Batman- debe sumergirse entonces en los adentros de su conciencia y volver a sus orígenes para encontrarse a sí mismo. Es la única forma de salvar las adversidades. Hay un villano muy poderoso al que vencer, pero sin embargo, primero ha de vencer a sus propios fantasmas. 

Este contexto es por lo tanto un lugar en el que un cineasta de inquietudes psicoanalíticas como Sam Mendes, se encuentra como pez en el agua. Y lo bueno para el éxito comercial de la película es que a pesar de eso en ningún momento abandona la espectacularidad. Filma con la mayor destreza las escenas de acción. Empezando por la impecable persecución que abre la película y que sirve de antesala para la presentación de un nuevo y llamativo villano, llamado Silva. 

Si en Casino Royale el rival de Bond estaba todavía un tanto chapado a la antigua y en Quantum of solace sólo llegaba a apuntar maneras, en esta ocasión Bardem lo mejora. Lo dota de una dimensión más sádica y desconcertante, muy en la línea de Joker. Es más, destapa entre Bond y él el complejo de Edipo. Ex agente secreto, también huérfano y de misma edad y cualidades que 007, siente la necesidad de destruir a la directora del MI6, (interpretada con la misma solvencia de siempre por Judie Dench), cuya figura siente en el fondo como la de una madre. Algo a lo que por supuesto se opondrá Bond, en el papel del “hijo” bueno que tratará de salvarla. Y dicho esto, sólo puede quedar uno.

Skyfall sigue representando como Casino Royal y Quantum of solace, la reivindicación del personaje literario de Ian Fleming frente al personaje que ha ido tomando forma en el cine. Pero aunque se reinvente, la eterna franquicia 007 nunca pierde la referencia a su pasado cinematográfico. Eso sí, en esta entrega número 23 de la saga, Craig sigue defendiendo notablemente su papel y Sam Mendes consigue dar otra vuelta de tuerca al asunto. Se da un homenaje y como no, al final de la fiesta, anuncia que aún queda Bond para rato.

2 de noviembre de 2012

Ruby Sparks. Amor tirano



En las últimas semanas hemos visto en la cartelera tinerfeña diversas formas de llevar la comedia romántica –sean de mayor o menor importancia sus rasgos dramáticos- fuera de los cánones habituales.
Algo que era de esperar de una película indie, dirigida por los realizadores de la simpática y reconocida Pequeña Miss Sunshine.  Ruby Sparks plantea con gran originalidad una reflexión sobre la vida en pareja que por momentos parece tocada por la creatividad desbordante de Charlie Kaufman y la originalidad visual de Michel Gondry. Y es que en sus fotogramas se aprecian ciertos ecos de las brillantes Olvídate de mí y La ciencia del sueño.

La idea de partida de Ruby Sparks es tan sencilla como inusual. Un escritor abatido por la falta de inspiración, comienza a escribir de forma obsesiva sobre una mujer ficticia. Alguien que sería su pareja perfecta, una mujer creada para ser el amor de su vida. Tanto es así, que inexplicablemente la chica sale del papel y cobra vida. El protagonista se topa entonces ante la posibilidad de conseguir la felicidad que siempre buscó al lado de otra persona. 

Bajo ésta sádica premisa que en el fondo es, crear a un ser humano a medida, los cineastas Jonathan Dayton y Valerie Faris consiguen que sus personajes reflexionen sobre el lado tirano del amor. De la presunción de cambiar a la otra persona o de simplemente, querer que se adapte a unas u otras necesidades o expectativas. Y qué mejor forma que apoyándose en una pareja supuestamente ideal, creada literalmente mediante la poética del papel y el lápiz. Descrita por un guion brillante elaborado por la propia protagonista de la película, Zoe Kazan.

En el lado opuesto se encuentra Magic Mike, ya desaparecida de nuestra cartelera. Como encargo del protagonista de la película Channing Tatum, el último trabajo de Steven Soderberg plantea en clave de comedía dramático-romántica, la vida de un grupo de strippers. Si en Indomable la protagonista era una luchadora real en el papel de agente secreto o en The girlfriend experience era interpretada por una actriz porno real, en Magic Mike, Soderberg sigue la misma dinámica y Tatum se interpreta a sí mismo en sus inicios antes de llegar a ser actor. El resultado, una película alumbrada por el más que notable trabajo de Matthew McCunnaughey como secundario, que enmascarada por el sello de un buen cineasta, acaba por no mostrar nada nuevo. Se trata del ejemplo de la dependencia en el cine, de que las historias contengan una relación amorosa que mueva la trama para conseguir que una película sea lanzada con éxito. Eso sí, el talento de Soderberg consigue al menos que no nos topemos con el típico bodorrio al uso y uno pueda entretenerse.

Si Ruby Sparks ha llegado a la gran pantalla con cierta firmeza y Magic Mike no consigue alejarse del producto mainstream al uso, Submarine representaría la otra cara del asunto. La de una buena película que quizás no lleguemos a ver.
 
Submarine narra la vivencia en primera persona de un adolescente que vive el primer amor y la separación de sus padres. Película de trasfondo muy serio pero con toques de humor, que remite en algunos aspectos a Wes Anderson y su Academia Rushmore. Rodada con un aire fresco y detallista, sólo se le podrían reprochar en tal caso algunos detalles de diálogos un tanto forzados, ya que el abuso de la voz en off lo justifica su forma narrativa.

Submarine ha sido estrenada a nivel nacional con dos años de retraso y de momento se ausenta de la cartelera en las islas. Sin embargo, esta ópera prima de Richard Ayoade es sin duda uno de los estrenos más destacables de las  últimas semanas. La pregunta es, ¿llegará algún día a nuestras pantallas, o se quedará en el tintero como tantas otras?