22 de diciembre de 2011

The artist (2011), Michel Hazanavicius

The artist es una película que parece haberse encontrado en el almacén de alguna filmoteca y que extraviada durante décadas por fin ha visto la luz. Esta podría ser una explicación lógica al hecho de que en la segunda década del s.XXI, en plena era digital y apogeo del 3D, un grupo de idealistas pueda sacar adelante un proyecto tan arriesgado como este. Porque filmar una película en blanco y negro, muda, siguiendo los patrones narrativos del cine clásico mudo y hacer que funcione en las grandes pantallas de todo el mundo, no es tarea fácil. The artist es una película que, aunque ha utilizado medios digitales, a los ojos del espectador podría pasar perfectamente por una película de los años 20 o 30.

El realizador Michel Hazanavicius rinde con esta película un homenaje al cine en mayúsculas. En sus imágenes podemos ver el sello de los grandes cineastas europeos de la época, como Murnau o Fritz Lang, así como un profundo estudio de los melodramas del Hollywood de los felices años 20. Homenaje expreso a Ciudadano Kane (Orson Welles), tomando uno de sus planos iconográficos, también es ineludible relacionarla con Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952) o El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950). Su temática es común: el drama vivido por algunas grandes estrellas del cine mudo que no se les dio la oportunidad o no se supieron adaptar, al cine sonoro.

De ese momento de cambio e incertidumbre en la historia del cine, surge la pareja protagonista. Un excelente Jean Dujardin (premio al mejor actor en Cannes) llena la pantalla interpretando a una gran estrella del cine mudo que bien podría identificarse con el mítico actor Douglas Fairbanks. Un personaje que pierde el tren del sonoro cuando se encuentra en lo más alto, en pleno culto a su personalidad. Todo lo contrario a su pareja protagonista, interpretada notablemente por Bérénice Bejo, una actriz emergente que encuentra en el sonoro su lanzamiento a la fama. A través de la complicada relación entre ambos observamos como entre los actores fluye una química y complicidad que consiguen, junto a unos intérpretes secundarios a la altura (John Goodman y Cromwell) y una magnífica banda sonora, que la cinta sea redonda.

Lo cierto es que The artist es una película que entretiene y por momentos eriza la piel. Una película en la que se homenajean grandes películas de la historia del cine. El amante del cine asistirá a su proyección atrapado en una butaca de la que deseará no levantarse.

21 de diciembre de 2011

Resonancias (XVII)

En Un americano en París (1951), Vicente Minnelli rinde homenaje a las obras de grandes pintores como Renoir, Rousseau, Toulus-Lautrec o Van Gogh. Toda la película es como un gran lienzo en el que destacaría principalmente la referencia a Lautrec.
































15 de diciembre de 2011

Los pasos dobles (2011), Isaki Lacuesta

Los pasos dobles es una película de ficción con elementos de documental, arriesgada y difícil de clasificar. El proyecto nace a raíz de la fijación del cineasta Isaki Lacuesta por el trabajo del pintor Miquel Barceló y la inquietud por filmarlo en su taller de Mali. De las conversaciones con el pintor español surge la idea de crear una ficción en torno a la figura del escritor y pintor francés François Augiéras (1925-1971), del cual se dice que realizó una serie de frescos en un búnker que quedó sepultado bajo la arena del desierto en algún lugar del país Dogón.

Además, Los pasos dobles se completa con un documental, cuyo título, Pasodoble, hace referencia a la performance que realizaron Barceló y el coreógrafo Josef Nadj en Mali. Aunque se trata de un documental con trazos de autor (como todo lo que hace Lacuesta), su lenguaje es mucho más convencional que el de Los pasos dobles, cuyo éxito en el Festival de San Sebastián de este año ha sido muy cuestionado. A pesar de las críticas que ha recibido el realizador catalán tras hacerse con la Concha de Oro, lo cierto es que su trabajo se encuentra en la vanguardia del cine español actual, no sólo por su innovación, sino por su calidad.

En Los pasos dobles observamos una dualidad existente en la mayor parte de la filmografía de Lacuesta. Tanto en Cravan vs Cravan (2002) como en La leyenda del tiempo (2006) los protagonistas comparten un camino común con el personaje legendario al que admiran y pretenden acercarse. De esta forma las figuras de unos y otros acaban yuxtaponiéndose y dialogando, casi fusionándose. Lo mismo sucede en Los pasos dobles entre Miquel Barceló y François Augiéras.

Lacuesta da vida al escritor y pintor francés en la figura de un hombre no europeo, autóctono de las tierras en las que se supone se encuentra el búnker. De esta manera, el director de Los condenados (2009), emplea una de las cualidades de aquello legendario que pervive en la memoria de los pueblos, que puede reencarnarse de distintas formas en función del quién lo cuenta, en función de quién lo sienta propio. Y para contar esta historia, este personaje anónimo vivirá los acontecimientos que Augiéras vivió en la vida real, tomando incluso su nombre.

Y es que Lacuesta no sólo se refiere a las leyendas africanas, al arraigo de lo mítico y del ritual en su cultura. El realizador catalán hace un collage añadiendo además nuestros mitos occidentales, que al fin y al cabo han dejado una marca infranqueable en los pueblos africanos a raíz de la colonización. De ahí que no le importe crear una escena con bandoleros africanos en moto, con sombrero y pañuelo sobre sus rostros, asaltando carretas y coches como si fueran vaqueros asaltando una diligencia, proponiendo acertijos a aquéllos que piden se les ceda el paso. De ahí la genial banda sonora que acompaña el film y refuerza su espíritu aventurero, con melodía e instrumentalización propia del más puro “spaguetti western”, género del que por otra parte, Augiéras se confesó admirador.

En definitiva, Los pasos dobles apuesta por un cine de factura limpia y carácter renovador y abierto. Un cine fuera de la ficción o el documental convencional sobre África, el cual conlleva a menudo un carácter de denuncia. Aunque la película deja muchas ramas abiertas, también se desmarca de la visión antropológica a lo Jean Rouch. Porque Lacuesta crea su propio estilo. Al fin y al cabo, como en el resto de su filmografía, su cometido es abrirnos no solo un camino hacia sus personajes y leyendas, sino también hacia nosotros mismos.

9 de diciembre de 2011

Un método peligroso (2011), David Cronenberg

Un método peligroso es una película sin artificios, muy bien narrada y con un elenco actoral muy sólido. El personaje principal del film, Sabina Spielrein (Keira Knightley), articula toda la película. Tratada primero por el doctor Carl Jung (Michael Fassbender) y posteriormente por el doctor Sigmund Freud (Viggo Mortensen), el film nos muestra las relaciones entre estos tres personajes históricos, a través del desarrollo de su enfermedad. La Europa precedente a la Primera Guerra Mundial aparece retratada como telón de fondo.

No es extraño que David Cronenberg haya realizado una película sobre las relaciones entre los padres del psicoanálisis. En su filmografía encontramos un interés por los rincones oscuros y las pulsiones incontrolables que esconde la mente humana. Su cine se acerca inevitablemente a lo “siniestro”, lo cual nos remite sin duda al cuento de E.T.A. Hoffmann El hombre de arena y como no, al propio Sigmund Freud.

Con Un método peligroso Cronenberg cierra un ciclo psicoanalizando la mente humana, acercándose esta vez a los precursores del psicoanálisis. En Spider (2002) traza un viaje hacia la mente de un enfermo mental que intenta reconstruir su pasado, mientras que en Crash (1996) muestra las pulsiones ocultas de un grupo de personas que se excita con los accidentes de automóviles, reflexionando además sobre el término kantiano de lo “sublime”. Aunque probablemente sea Inseparables (1998), la más cercana a Un método peligroso. En ambas cintas aparecen los ecos de Buñuel y su Belle de jour (1967) en la búsqueda de la humillación como fuente de excitación que experimenta la protagonista. Además, Inseparables también se estructura en torno a una mujer y su relación con dos doctores, en este caso dos gemelos ginecólogos interpretados por un siempre notable Jeremy Irons.

Según Freud lo “siniestro” es aquello que permanece en el interior de cada uno desde hace mucho tiempo. Algo desagradable sucedido, un impulso oscuro contenido, una angustia que contrae algún tipo de trauma que el propio psicoanálisis puede lograr sacar a luz. Y todo ello suena, y mucho, no solo a Cronenberg sino también a David Lynch.

Un método peligroso, deja entrever otra evidencia, la evolución definitiva de su realizador hacia caminos más depurados. Algo que se ha visto plasmado sobre todo en la última década. Y se agradece, porque ésta es una película limpia, sin giros ni virtuosismos, pero de factura impecable. Por eso algunos ya cruzamos los dedos para que siga adelante el proyecto de la segunda parte de su magistral Promesas del este (2007).

1 de diciembre de 2011

Melancholia (2011), Lars Von Trier

Está claro que Lars Von Trier es el director de las polémicas. La cuestionada ética moral de Los idiotas (1998); el alboroto y escándalo de cierto sector ante las imágenes de Anticristo (2009); la controversia generada por Melancholia (2011) tanto en el público como en la crítica, obra maestra para algunos, una tomadura de pelo para otros. Pero sobre todo la mala fortuna de las declaraciones de este creativo e inteligente cineasta danés que llegaron al clímax de su infortunio cuando durante el pasado Festival de Cannes afirmó entender a Hitler. La cara de Krinsten Dunst a su lado en la rueda de prensa era un poema. Parecía querer desaparecer de la tierra mientras escuchaba como Von Trier iba metiéndose cada vez en un berenjenal más grande.

Declaraciones a parte, Melancholia es una película en algunos aspectos muy destacable, en otros un tanto nimia e ingenua. Su visionado me produjo algo parecido al de El árbol de la vida (2011) de Terrence Mallick. Aunque debo decir que ésta última dejando al margen su ejercicio de pedantería y su cierto tinte republicano, me pareció mejor película. Sin embargo, en su totalidad me dejó un tanto contrariado, sus imágenes me persiguieron durante días, consiguiendo que días después del visionado me agradara más. Y así me ha sucedido en cierta forma con Melancholia. Algunas escenas se quedaron retenidas en mi retina, sin embargo por lo general el film me dejó un tanto frío.

La primera parte –titulada “Justine”-, está rodada cámara al hombro, evitando ciertos convencionalismos. Hace una presentación clara y exitosa de los personajes y pone sobre la mesa más sus puntos débiles que sus destrezas. De tal manera que a través del movimiento nervioso de la cámara, va aflorando el lado oscuro de la ceremonia. Aparecen las discusiones y las críticas de aquéllos que consideran el fatuo y la apariencia que se exhibe en la celebración, como absolutamente banal e innecesaria. Así aparece la sátira, y se desenmascaran de forma sutil vivencias de un pasado familiar truncado por la separación de los padres de las dos protagonistas. Claire (Charlotte Gainsbourg), cuadriculada y menos arraigada al nido familiar; Justine, (Kirsten Dunst) imprevisible y con graves problemas depresivos.

En este primer tramo de metraje Lars Von Trier muestra una herencia innegable de Festen (Celebración, 1998), de su colega y cofundador del Dogma, Thomas Vinterberg. Sólo que en Festen, se desvela el pastel de una forma más violenta, con una tensión abrumadora. En este caso el ambiente se embrutece pero deja cierto espacio a la ironía, aún teniendo en cuenta el enfrentamiento de Justine con su jefe y la separación que ella misma provoca y que en realidad en ningún momento se nos hace saber muy bien por qué se produce. Pero que en conclusión, realiza una crítica sobre los valores y las costumbres burguesas, a la par que ahonda en las relaciones interpersonales de corte familiar.

Sin embargo, la segunda parte del metraje -titulada “Claire”- poco tiene que ver con la anterior. En este momento se desarrolla un elemento de la trama que se nos había presentado de forma muy sutil, la aparición de un planeta llamado Melancholia que amenaza con colisionar con la Tierra. Éste no es otra cosa que la metáfora o mejor, la imagen de Justine. Simboliza su poder destructivo, su mentalidad desposeída de vitalidad, de sumisión ante el desarrollo de una vida que le parece absurda e insípida. Cuán es la destructividad de Lars Von Trier (que años antes pasó por una grave depresión) que decide incrementar ese instinto autodestructivo derivando en la destrucción de toda forma de vida. Mientras Claire sufre de forma desmesurada ante lo que se avecina, Justine se muestra tranquila y apacible. Si en la primera parte del film los interiores suntuosos del castillo donde se desarrolla la boda abarcaban mayoritariamente el protagonismo, ahora es el paisaje, cada vez más salvaje el protagonista. Un paisaje marcado por el contraste entre la racionalidad del campo de golf y lo abrupto del bosque. Un entorno romántico donde casa a la perfección la banda sonora de la película, Tristán e Isolda de Wagner. Lars Von Trier se empeña entonces en enfrentarnos a lo sublime, a esa fuerza de la naturaleza inabarcable que sin embargo resulta atrayente, atractiva, conmovedora. Cobrando, para ello, un tono mucho más poético y alejado del ajetreo de esa cámara al hombro y de las celebraciones burguesas llenas de apariencias y disputas.

Todo para que al final el resultado no acabe de cuajar. La metáfora parece demasiado para tan poco, y al fin, las imágenes y su poética no logran del todo su cometido, porque aunque muestren una gran agudeza visual no conmueven.

Digamos que Melancholia es la vuelta al lado más melodramático de Von Trier, que en otras ocasiones había aflorado de forma excelente, como en Rompiendo las olas (1996) o Bailar en la oscuridad (2000), así como en la espléndida y renovadora Dogville (2003). Sin embargo se queda en un pastiche que no acaba de ensamblar. No es ni lo peor ni lo mejor del cineasta danés, pero no olvidemos que es difícil no encontrar estilismos y rasgos de gran valor en su cine. Digamos que simplemente es Lars Von Trier.