30 de junio de 2012

Las nieves del Kilimanjaro (2011), Robert Guédiguian


Aunque su título pueda confundir, Las nieves del Kilimanjaro no tiene nada que ver con la película dirigida en 1952 por Henry King, protagonizada por Gregory Peck y Ava Gardner. En este caso, el curtido realizador francés Robert Guédiguian no sigue la novela de Hemingway, sino que vuelve a su querida Marsella para hacer un retrato moral y político tomando como sutil referencia el relato de Víctor Hugo.

La película trata sobre la vida de Michel y Marie-Claire, un matrimonio que se construyó su vida desde abajo, luchando por sus derechos. Después de trabajar toda su vida y ser el líder del sindicato, Michel pierde su empleo tras la ola de despidos que azota a la empresa. A pesar de todo, sigue disfrutando de una posición acomodada y su vida parece tan feliz como siempre. Hasta que sufre una experiencia traumática, un hurto con violencia junto a su esposa y amigos. Algo que le lleva a él y a los suyos a plantearse preguntas morales e ideológicas, confrontándose de esta manera las opiniones de una generación y otra.  

Podríamos decir que Guédiguian es algo así como el Ken Loach francés por su compromiso y crítica social. Rasgos que nunca ha abandonado en toda su carrera, y que por supuesto recupera en Las nieves del Kilimanjaro, donde vemos de nuevo su compromiso político de izquierdas. Por otro lado, hay algo en su película que irradia cierto sentimiento de culpa. Una atmósfera de auto reflexión en la que parece que el director se retrate así mismo para intentar comprenderse y redimirse. Su generación luchó por conseguir lo que hoy tiene, convirtiéndose en la clase burguesa que un día criticó. Sin embargo, sus hijos no tienen la oportunidad de conseguir ese trabajo que les permita construir su futuro, y por momentos, la vida se torna para ellos (o mejor dicho, para todos nosotros) más difícil.
Se asienta así la base de una ficción muy real, de rabiosa actualidad, donde se establece un diálogo entre la moral de unos y otros. Pero aunque la película emana ese realismo, esa proximidad a la situación del momento, hay algo que la rompe en varias ocasiones. Los protagonistas (interpretados por los actores fetiche de Guédiguian, Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin) son demasiado perfectos, demasiado sensatos y tiernos, demasiado honrados. Tanto que en ocasiones su relación parece un cuento de hadas. De tal manera que durante la primera media hora de metraje, el azúcar nos sale por las orejas. No obstante, todo va volviendo a su cauce y el resultado final se acerca al mejor Guédiguian. Un cineasta cuya filmografía siempre es recomendable revisar.

22 de junio de 2012

Les Lyonnais (2011), Olivier Marchal


El hecho de que en los últimos meses hayan llegado a nuestras pantallas gran número de películas francesas destacables, sigue demostrando el buen estado del cine francés en contraposición a otros cines, como el español. Si el cine del país vecino goza de una ley mucho más favorable que la de cualquier otro estado y de una cuota de pantalla obligatoria que mantiene un gran número de sus producciones en cartelera, no es casualidad. Por ende, su distribución funciona muy bien, y eso se hace notar en nuestra cartelera. The artist, El Havre, Intocables, Un dios salvaje, Un gato en París,  Polisse, El ilusionista, Declaración de guerra, Las malas hierbas,  ¿Y si vivimos todos juntos?, Adiós a la reina, El arte de amar… algunas de ellas han compartido cartel con Les Lyonnais, un film que habiéndose estrenado hace aproximadamente un mes y medio, aguantó bastante tiempo en la cartelera tinerfeña teniendo en cuenta lo que suele ser común en este tipo de películas europeas. Su principal gancho, la temática. Cine de gánsteres.

Olivier Marchal, es un realizador atípico, cuya personalidad radica en el hecho de que perteneció a la policía judicial antes de dedicarse al cine. No es de extrañar entonces que sus películas hablen sobre la policía y las mafias. Hasta el punto en que ha llegando a realizar una serie televisiva de gran éxito en Francia. En el caso de su última película Les Lyonnais, basada en la novela autobiográfica del criminal Edmond Vidal, el punto de vista se sitúa en la piel del gángster. Un gángster de etnia gitana que se hizo famoso en la Francia de los setenta por realizar robos escandalosos con su banda apodada “Les Lyonnais”. 

Haciendo buen uso de los mecanismos del género, Marchal construye una película narrada a través de flashbacks que nos cuentan como se formó la leyenda del gángster. Siempre dedicando especial atención a la acción del presente, en la que un Vidal cincuentón (interpretado por un enorme Gérard Lanvin) debe enfrentarse a los fantasmas de su pasado.
Si algo puede reprochársele a Les Lyonnais es que prima (sobre todo en los momentos cruciales) el efectismo del cine ante la reafirmación de la veracidad. Ensalza ciertos momentos y ciertas acciones haciéndolas propias de la espectacularidad, en definitiva, de la ficción cercana al mito. Si por el contrario, las hubiera acercado a la frialdad del documento, hubiera conseguido un efecto mucho más desgarrador y realista.

Profesor Lazhar (2011), Phillip Falardeau


Bashir Lazhar es un refugiado argelino que busca asilo político en el Canadá francófono. Mientras intenta normalizar su situación, encuentra trabajo en un colegio en el que nadie quiere sustituir a una maestra que se suicidó ahorcándose en un aula. No sin antes pasar por ciertas dificultades, Lazhar consigue hacerse al grupo de alumnos y ayudarles a olvidar el duro golpe vivido con la pérdida de su anterior maestra.
Profesor Lazhar es una película sobre educación de las que no pasa desapercibida. Abandonando el discurso facilón de las múltiples producciones hollywoodienses sobre el tema, el film de Falardeau tiene mucho del compromiso de Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier) y del retrato realista, más cercano al documental, de La clase (Laurent Cantet). Aunque en el caso de Profesor Lazhar se trata de una ficción mucho más marcada, donde aparecen además otros muchos temas, como la inmigración, la duda ante lo foráneo, la falta de comunicación entre padres e hijos o la dificultad para aceptar la muerte. Todo con un estilo poco efectista que rehúye de caer en los tipismos del melodrama y la lágrima fácil. Lo cual transmite cercanía a un espectador que se siente en la piel de los personajes.
Profesor Lazhar es una de esas películas (como las otras dos anteriormente citadas) absolutamente recomendables, sobre todo para el grupo de patanes que nos gobierna. Quizá esa sea una buena manera de empezar a reflexionar sobre los problemas tangibles en materia de educación. Que les ayude a abrir los ojos a  esas personas que recortan en materia laboral sin haber trabajado en su vida o en materia de educación y sanidad sin haber pisado, ni pensar pisar, una escuela pública o un hospital que no sea de pago. Así nos va.

15 de junio de 2012

¿Y si vivimos todos juntos? (2011), Stéphane Robelin


La segunda película del francés Stéphane Robelin trata sobre la vejez en clave de comedia. Ante los primeros indicios de pérdida de memoria, de enfermedades crónicas y debilidad física, cinco amigos se niegan a vivir en una residencia o recibir asistencia. Deciden irse a vivir juntos después de una amistad de más de 40 años, para así apoyarse los unos a los otros, disfrutando de los últimos placeres de la vida.
Unas veces floja en sus planteamientos, otras también, la película esboza un sinfín de temas en los que no termina de profundizar. Un ejemplo claro es su inicio, en apariencia  reivindicativo. Vemos a estos amigos raleurs (siguiendo el tópico francés), que participaron en el mayo del 68, reivindicando de nuevo sus derechos en una manifestación actual. Una secuencia creada para presentar a los personajes y decirnos indirectamente de dónde vienen y cómo fueron en su juventud. Sin embargo, no hay conexiones con el momento actual, no hay una reflexión clara en lo referente a cómo esa vivencia cambió sus vidas o en qué medida pueden haber conexiones hay entre ese periodo reivindicativo y el que se vive actualmente.
¿Y si vivimos todos juntos? refleja positivamente (lo cual es, por otra parte, de agradecer) un momento en la vida de las personas que en muchos casos puede ser de gran dureza. El problema es que ante la complejidad de sentimientos que provoca la decrepitud inminente del cuerpo y la mente o el enfrentamiento a la enfermedad terminal, el punto de vista de la película se torna demasiado preciosista y tierno, manifestando así la superficialidad de su guión.
Es por eso que lo mejor de ¿Y si vivimos todos juntos? es sin duda su elenco actoral. Compuesto por cinco experimentados actores que interpretan a los cinco protagonistas, así como por un siempre solvente Daniel Brühl en el papel de un joven al que contrata uno de los ancianos. Alguien que pronto se integra en el grupo para compartir su amistad y los momentos más difíciles. Por su parte, las incombustibles Géraldine Chaplin y Jane Fonda continúan tan enormes como siempre. Y en el caso de ésta última, haciendo gala, como Brühl, de un dominio excelente del francés.

8 de junio de 2012

Un lugar donde quedarse (2011), Paolo Sorrentino

Sean Penn interpreta a una antigua estrella del rock que ha dejado de tener aspiraciones en la vida. Decaído, parado, inmaduro… un hombre incapaz de nada hasta el momento en que se produce la muerte de su padre, con el que no tenía ninguna relación. Casi como una revelación, decide retomar el deseo de éste, de encontrar para vengarse, al oficial alemán que un día lo humilló en Austchwitz.  

El propio cartel de Un lugar donde quedarse (This must be the place), cuya desafortunada transcripción española emula a una película de Sam Mendes, dice mucho de lo que vamos a ver. Un primer plano de un Sean Penn decadente, cuyos rasgos góticos recuerdan inequívocamente al líder de The Cure, nos transmite de inmediato que va a recaer todo el peso de la película sobre él. Una película en la que, hasta el momento en que se convierte en road movie, todo va bien.

La presentación de los personajes es modélica, la filmación y el montaje, inteligentes. Poco a poco uno se va acostumbrando a la interpretación confusa, pero notable pese a lo que se diga, de Sean Penn. Aunque de entrada parece una muestra más del narcisismo que ha demostrado el actor norteamericano en los últimos años, inventa sin embargo a un personaje que raya lo grotesco porque el papel se lo pide. Su personaje es en realidad el reflejo o evolución de los protagonistas de la primera película de Paolo Sorrentino, L’uomo in piu, así como de su creación literaria. Personajes que son la viva imagen de la tragicomedia. Seres excéntricos arrastrados hacia situaciones casi surrealistas, cuya existencia es la representación de la decadencia humana. Por eso no sabemos si llorar o reír ante la excentricidad de un personaje tan bizarro como el suyo. 

A partir de esa puesta en situación, la trama toma un giro demasiado forzado para reconducir los pasos del protagonista hacia una especie de viaje hacia sí mismo y los fantasmas de su pasado. Este giro no es otro que optar por una situación tan dramática como fue el Holocausto para hacer reaccionar al personaje. Todo es entonces demasiado rebuscado, demasiado barroco.
Puestos a posicionarse ante la justificada ambigüedad de opiniones que ha despertado Un lugar para quedarse, diremos en su defensa que adopta un lenguaje audiovisual que acompaña a la perfección su carácter excéntrico y desconcertante. Porque Sorrentino sigue siendo un realizador altamente recomendable. Eso sí, en esta ocasión se le va la mano.

1 de junio de 2012

Sombras tenebrosas (2012), Tim Burton

Tim Burton es uno de los creadores más imaginativos de Hollywood. Y a su excepcional ingenio se ha sumado hasta en ocho ocasiones el talento de un actor al cual le gustan los retos. Johnny Deep y Tim Burton han dando a luz, como uno de los tándems más productivos del cine contemporáneo, películas tan destacables como Eduardo Manostijeras (1990), Ed Wood (1994) o Sleepy Hollow (1999). El problema es que aunque el talento sea tangible en el cine de ambos, no siempre el resultado es el esperado. Sombras tenebrosas levanta la expectación que siempre conlleva un nuevo estreno firmado por el realizador californiano, pero a ratos, aburre.
En su nueva aventura, Burton continúa fiel a su estilo único y característico, rindiendo siempre un personal homenaje al cine clásico de terror. Ésta vez nos presenta la historia de Barnabas Collins, un adinerado del s.XVIII condenado a la vida eterna por una bruja. Una mujer perversa capaz de convertirlo en vampiro y enterrarlo vivo por desamor. Después de dos siglos bajo tierra, Barnabas consigue escapar y se encuentra con un mundo totalmente distinto, el de los años 70 del siglo XX. En este mundo moderno que le es extraño, se une a su descendencia familiar para ayudarles a mantener un negocio que peligra por el constante acoso de la malvada bruja.
Burton plantea su película como una versión de la serie televisiva de los años 70 Dark Shadows (cuyo remake llegó a España en los noventa con el nombre de Vampiros) a la que referencia continuamente. Con una fotografía tan original y contrastada como siempre, con una puesta en escena de fantasía, traza una comedia de horror que amalgama prácticamente todos los géneros. Algo que ya no nos extraña, puesto que forma parte de su estilo inconfundible, que bien merece el calificativo de género en sí mismo.
Narrada en clave de cuento fantástico, como casi siempre en su cine, lo cierto es que no todos chistes de Sombras tenebrosas terminan de convencer y el metraje en ocasiones decae un poco porque no sorprende. Mejor suerte ha corrido en este caso el otro estreno reciente de Johnny Deep, Diarios del ron, una película con más ritmo y mayor interés. Aunque siempre sea interesante perderse por un instante, en el universo lúgubre del alocadamente tenebroso de Burton.