Un lugar donde quedarse (2011), Paolo Sorrentino
Sean Penn interpreta a
una antigua estrella del rock que ha dejado de tener aspiraciones en la vida.
Decaído, parado, inmaduro… un hombre incapaz de nada hasta el momento en que se
produce la muerte de su padre, con el que no tenía ninguna relación. Casi como
una revelación, decide retomar el deseo de éste, de encontrar para vengarse, al
oficial alemán que un día lo humilló en Austchwitz.
El propio cartel de Un lugar donde quedarse (This must be the place), cuya desafortunada
transcripción española emula a una película de Sam Mendes, dice mucho de lo que
vamos a ver. Un primer plano de un Sean Penn decadente, cuyos rasgos góticos
recuerdan inequívocamente al líder de The Cure, nos transmite de inmediato que
va a recaer todo el peso de la película sobre él. Una película en la que, hasta
el momento en que se convierte en road
movie, todo va bien.
La presentación de los
personajes es modélica, la filmación y el montaje, inteligentes. Poco a poco
uno se va acostumbrando a la interpretación confusa, pero notable pese a lo que
se diga, de Sean Penn. Aunque de entrada parece una muestra más del narcisismo
que ha demostrado el actor norteamericano en los últimos años, inventa sin
embargo a un personaje que raya lo grotesco porque el papel se lo pide. Su
personaje es en realidad el reflejo o evolución de los protagonistas de la
primera película de Paolo Sorrentino, L’uomo
in piu, así como de su creación
literaria. Personajes que son la viva imagen de la tragicomedia. Seres
excéntricos arrastrados hacia situaciones casi surrealistas, cuya existencia es
la representación de la decadencia humana. Por eso no sabemos si llorar o reír
ante la excentricidad de un personaje tan bizarro como el suyo.
A partir de esa puesta
en situación, la trama toma un giro demasiado forzado para reconducir los pasos
del protagonista hacia una especie de viaje hacia sí mismo y los fantasmas de
su pasado. Este giro no es otro que optar por una situación tan dramática como
fue el Holocausto para hacer reaccionar al personaje. Todo es entonces
demasiado rebuscado, demasiado barroco.
Puestos a posicionarse
ante la justificada ambigüedad de opiniones que ha despertado Un lugar para quedarse, diremos en su
defensa que adopta un lenguaje audiovisual que acompaña a la perfección su
carácter excéntrico y desconcertante. Porque Sorrentino sigue siendo un
realizador altamente recomendable. Eso sí, en esta ocasión se le va la mano.
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