20 de abril de 2012

Declaración de guerra (2011), Valérie Donzelli

Si leemos la sinopsis de una película basada en hechos reales, que trata sobre las penurias de una pareja cuyo hijo de dieciocho meses tiene cáncer, lo primero que pensamos es que será un dramón. Un melodrama de lágrima fácil sobre la enfermedad infantil al estilo de El aceite de la vida (George Miller, 1992), quizás con el tono crítico de Camino (Javier Fesser, 2008) o la travesura de Planta cuarta (Antonio Mercero, 2003). Sin embargo, si algo define a Declaración de guerra es su originalidad y su ruptura con la forma convencional de entender los registros dramáticos del cine.
Ganadora del último Festival Internacional de Cine de Gijón, se trata de una película positiva, llena de optimismo, que evita por lo tanto los fastos dramáticos. Los pone sobre la mesa, pero inmediatamente los oxigena con toques de humor y otras constantes, como la banda sonora.
Declaración de guerra es la crónica de unos padres que vivieron una experiencia traumática a la que plantaron cara con fe y sin renunciar a la felicidad. La vivencia de una pareja interpretada por los protagonistas reales de la historia, Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, que además asumen la dirección y el guión de la película. Por lo que no es extraño que percibamos esa complicidad en sus gestos y emociones. Más aún si tenemos en cuenta que no se trata de la primera película que protagonizan juntos.
Por otro lado, el hecho de enfocar de esa forma arriesgada una situación tan dramática (donde hay incluso alguna mueca al musical), puede que no sea del agrado de todos. Y lo cierto es que la propia dificultad que implica plasmar un drama tan potente utilizando recursos que aporten ligereza y frescura, evita que Donzelli consiga un film redondo. En ocasiones peca de sobrecargar de información al espectador, principalmente a través de las dos voces en off que utiliza. Éstas aportan una información un tanto gratuita y obvia desde el arranque que no termina de tener continuidad. Así como algunas escenas que pecan un tanto de ingenuidad o no quedan demasiado unidas al todo de la película (como la fiesta de los besos), quedando como pequeños retazos más cercanos a la estética del videoclip.
Aunque en arranque muestra detalles preciosistas y cierto tono narrativo tomado del cuento al estilo de Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), lo cierto es que la película toma referencia del cine de la Nouvelle Vague. A nivel visual y conceptual, tanto a nivel narrativo como en la puesta en escena. Incluso en algunos diálogos, en escenas que bien podrían estar interpretadas por Jean-Pierre Léaud en un film cualquiera de Godard o Truffaut. Momentos en los que los diálogos rozan el surrealismo con un humor fino que abstrae la escena de la situación dramática y ofrece un momento de respiro y de frescura a la trama. Y es que en nuestros tiempos, la sombra de aquel grupo de críticos y cineastas franceses que una vez cambiaron el concepto del cine sigue siendo alargada.

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