Grupo 7 (2012), Alberto Rodríguez
En una semana más de
estrenos insulsos en la cartelera de Tenerife, ausentes títulos de gran
reconocimiento internacional como Take
Shelter (Nichols), Esto no es una
película (Panahi), Alps (Lanthimos)
o Kiseki (Kore Eda), Grupo 7 se ha configurado como una de
las opciones más atractivas de las salas de la isla. Y es que la quinta
película de Alberto Rodríguez confirma el buen estado del cine policiaco
español. Un género que ha alcanzado máximos de calidad en los últimos años con Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) y No habrá paz para los malvados (Enrique
Urbizu, 2011.
El Grupo 7 es una
unidad policial antidroga creada para limpiar las calles de Sevilla en los cuatro
años precedentes a la Expo 92. Cuatro agentes que persiguen a los traficantes y
consumidores de droga del centro de una ciudad que se prepara para ser el
centro de atención mundial. A través de su día a día, la película narra cómo
este grupo policial participa en la
transformación de la ciudad.
Si algo define a Grupo 7 es que es una que película que respira
veracidad. Conseguir retratar la Sevilla de hace veinte años mostrando además
gran número de exteriores no es tarea fácil. Detrás se encuentran un trabajo
laborioso y la astucia de un buen equipo y su director. Los detalles de la
puesta en escena, las escenas que van del costumbrismo a la crudeza absoluta, el
lenguaje narrativo muy cercano, vívido y directo, que consigue que el
espectador no pierda el interés en ningún momento, dan cuenta de ello. Como la
forma cronológica en que se nos muestra la transformación urbanística de la
ciudad utilizando un mismo tema de la banda sonora cada vez que aparece el año
en el que nos encontramos, utilizando imágenes de archivo referentes a los
trabajos de construcción. Todo enfatiza la impresión de documento, de hecho
real.
Más difícil si cabe en
este juego de ficción y realidad es encuadrar las escenas de acción. Filmadas
de forma vertiginosa, a su gran espectacularidad se contrapone un realismo
pasmoso. No hay coreografía, las persecuciones y las escenas de violencia que
no son un ejercicio de golpes espectaculares o movimientos imposibles, sino que
tratan de acercarse a la simplicidad y vulnerabilidad del cuerpo humano. Y debe
ser así, porque en el Grupo 7 no hay ningún héroe. No hay un agente perfecto,
un guapo forzudo que se tome la ley por su mano porque él lo vale. Que reparta
patadas de kung fu y maneje la pistola con una puntería milimetrada. Cada uno
de los cuatro agentes protagonistas tiene trapos sucios, tanto en su vida personal
como profesional. Todos tienen dos caras. Esto es porque según afirmaba el
propio Alberto Rodríguez, al filmar la película no se fijaron en producciones
espectaculares, sino en películas cercanas, como Ley 627 (B. Tavernier, 1992).
Y entre tanto tinglado,
para que una película funcione es necesaria la aportación de buenos actores. En
Grupo 7 todas las interpretaciones
son destacables, sobre todo las de los dos protagonistas principales, Mario
Casas y Antonio de la Torre. El primero notable, aunque todavía resulte difícil
quitarle el cliché de actor de moda adolescente. El segundo, con una
interpretación como siempre impecable, reafirmándose como uno de los dos o tres
mejores actores de este país.
En definitiva, en este caso los que no creen en el cine
español no podrán decir que esta película no es buena.
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