1 de diciembre de 2011

Melancholia (2011), Lars Von Trier

Está claro que Lars Von Trier es el director de las polémicas. La cuestionada ética moral de Los idiotas (1998); el alboroto y escándalo de cierto sector ante las imágenes de Anticristo (2009); la controversia generada por Melancholia (2011) tanto en el público como en la crítica, obra maestra para algunos, una tomadura de pelo para otros. Pero sobre todo la mala fortuna de las declaraciones de este creativo e inteligente cineasta danés que llegaron al clímax de su infortunio cuando durante el pasado Festival de Cannes afirmó entender a Hitler. La cara de Krinsten Dunst a su lado en la rueda de prensa era un poema. Parecía querer desaparecer de la tierra mientras escuchaba como Von Trier iba metiéndose cada vez en un berenjenal más grande.

Declaraciones a parte, Melancholia es una película en algunos aspectos muy destacable, en otros un tanto nimia e ingenua. Su visionado me produjo algo parecido al de El árbol de la vida (2011) de Terrence Mallick. Aunque debo decir que ésta última dejando al margen su ejercicio de pedantería y su cierto tinte republicano, me pareció mejor película. Sin embargo, en su totalidad me dejó un tanto contrariado, sus imágenes me persiguieron durante días, consiguiendo que días después del visionado me agradara más. Y así me ha sucedido en cierta forma con Melancholia. Algunas escenas se quedaron retenidas en mi retina, sin embargo por lo general el film me dejó un tanto frío.

La primera parte –titulada “Justine”-, está rodada cámara al hombro, evitando ciertos convencionalismos. Hace una presentación clara y exitosa de los personajes y pone sobre la mesa más sus puntos débiles que sus destrezas. De tal manera que a través del movimiento nervioso de la cámara, va aflorando el lado oscuro de la ceremonia. Aparecen las discusiones y las críticas de aquéllos que consideran el fatuo y la apariencia que se exhibe en la celebración, como absolutamente banal e innecesaria. Así aparece la sátira, y se desenmascaran de forma sutil vivencias de un pasado familiar truncado por la separación de los padres de las dos protagonistas. Claire (Charlotte Gainsbourg), cuadriculada y menos arraigada al nido familiar; Justine, (Kirsten Dunst) imprevisible y con graves problemas depresivos.

En este primer tramo de metraje Lars Von Trier muestra una herencia innegable de Festen (Celebración, 1998), de su colega y cofundador del Dogma, Thomas Vinterberg. Sólo que en Festen, se desvela el pastel de una forma más violenta, con una tensión abrumadora. En este caso el ambiente se embrutece pero deja cierto espacio a la ironía, aún teniendo en cuenta el enfrentamiento de Justine con su jefe y la separación que ella misma provoca y que en realidad en ningún momento se nos hace saber muy bien por qué se produce. Pero que en conclusión, realiza una crítica sobre los valores y las costumbres burguesas, a la par que ahonda en las relaciones interpersonales de corte familiar.

Sin embargo, la segunda parte del metraje -titulada “Claire”- poco tiene que ver con la anterior. En este momento se desarrolla un elemento de la trama que se nos había presentado de forma muy sutil, la aparición de un planeta llamado Melancholia que amenaza con colisionar con la Tierra. Éste no es otra cosa que la metáfora o mejor, la imagen de Justine. Simboliza su poder destructivo, su mentalidad desposeída de vitalidad, de sumisión ante el desarrollo de una vida que le parece absurda e insípida. Cuán es la destructividad de Lars Von Trier (que años antes pasó por una grave depresión) que decide incrementar ese instinto autodestructivo derivando en la destrucción de toda forma de vida. Mientras Claire sufre de forma desmesurada ante lo que se avecina, Justine se muestra tranquila y apacible. Si en la primera parte del film los interiores suntuosos del castillo donde se desarrolla la boda abarcaban mayoritariamente el protagonismo, ahora es el paisaje, cada vez más salvaje el protagonista. Un paisaje marcado por el contraste entre la racionalidad del campo de golf y lo abrupto del bosque. Un entorno romántico donde casa a la perfección la banda sonora de la película, Tristán e Isolda de Wagner. Lars Von Trier se empeña entonces en enfrentarnos a lo sublime, a esa fuerza de la naturaleza inabarcable que sin embargo resulta atrayente, atractiva, conmovedora. Cobrando, para ello, un tono mucho más poético y alejado del ajetreo de esa cámara al hombro y de las celebraciones burguesas llenas de apariencias y disputas.

Todo para que al final el resultado no acabe de cuajar. La metáfora parece demasiado para tan poco, y al fin, las imágenes y su poética no logran del todo su cometido, porque aunque muestren una gran agudeza visual no conmueven.

Digamos que Melancholia es la vuelta al lado más melodramático de Von Trier, que en otras ocasiones había aflorado de forma excelente, como en Rompiendo las olas (1996) o Bailar en la oscuridad (2000), así como en la espléndida y renovadora Dogville (2003). Sin embargo se queda en un pastiche que no acaba de ensamblar. No es ni lo peor ni lo mejor del cineasta danés, pero no olvidemos que es difícil no encontrar estilismos y rasgos de gran valor en su cine. Digamos que simplemente es Lars Von Trier.

2 comentarios:

babel dijo...

Mi opinión, entre la magnífica puesta en escena y la maestría en la cámara, se acerca más, sin embargo, a la de tomadura de pelo. Muy buena esa comparción con "El árbol de la vida" por el tono-melancólico-colgante de ambas. La verdad es que la primera parte se aguanta. la segunda esperas algo más, pero conforme pasan los minutos ya no sabe una cómo sentarse. Y el final no ofrece las respuestas esperadas. Traté de verla al margen de polémicas mediáticas personales sobre el tito Lars, pero creo que volveré a revisar Dogville (excelente film) para quitarme el resacón larsiano que llevo tras salir del cine. Como yo lo veo, claro...
Un saludo ;)

yorgos dijo...

Si, la verdad es que es así. A medida que iba escribiendo sobre la película tenía la sensación extraña de que cada vez me gustaba más, cuando me había decepcionado nada más verla. Y esto es porque hay imágenes que te envuelven, y porque también la primera parte, aunque en realidad no inventa nada nuevo, está muy bien hecha. Pero vamos, que el resultado sigue siendo el mismo, que no convence. Estoy contigo con que Dogville es desde luego muchísimo mejor película. yo también voy a animarme a volver a verla.
Saludos!