Prometheus (2012), Ridley Scott
Allá por 1979, un
crecido Ridley Scott que venía de ser premiado en Cannes por Los duelistas (1977) conseguía el
reconocimiento mundial definitivo con su segunda película: Alien, el octavo pasajero. Una película imprescindible que, como su
siguiente y genial film, Blade Runner (1982), marcó un antes y un después en el
cine de ciencia ficción. Por ello, no es de extrañar que tras cuarenta años de
carrera, Scott vuelva a firmar una película tan pretenciosa, como lo es Prometheus. Un producto seguro para los
grandes estudios, que aferrados al negocio de las secuelas y precuelas han
encontrado en ella una mina, ya que además está rodada en 3D. Una película
destinada a ser uno de los éxitos del verano y de la que ya está en marcha una
segunda parte.
Prometheus
es la nave en la que viaja un grupo de científicos dispuestos a revelar el
mayor enigma de la humanidad, el eterno quiénes somos y de dónde venimos. En la
Tierra son descubiertas unas pinturas rupestres cuyos motivos coinciden con los
de otras pinturas realizadas por diversas culturas ancestrales. Un motivo que
los científicos descifran como una invitación extraterrestre. El desencadenante
de que se envíe una expedición hacia un planeta lejano en busca del “creador”
que desvele el origen de la humanidad. Por ello, aunque en principio la
película es una especie de antesala de Alien,
quizás la trama se acerque más a los problemas existenciales que ponía sobre la
mesa Stanley Kubrick en 2001, una odisea
en el espacio (1968), Solaris (1972)
de Andrei Tarkovski. Sin embargo, Ridley Scott es fiel a su estilo y su
película destila más acción y efectismos.
Porque Prometheus contiene la clave del éxito del
mainstream de ciencia ficción. Entretiene, sorprende visualmente y genera algunas
situaciones desconcertantes planteando preguntas sin respuesta. Pero carece de
la fuerza y originalidad del primer Scott. Fuera de su alcance visual y su
elaborada puesta en escena, su guion es más bien flojo y su mensaje acaba
siendo algo conservador, sobre todo en su atropellada parte final. Recurre
demasiado a situaciones que ya nos son familiares, tomadas de otras películas
de la saga Alien. Algunos personajes
quedan mal presentados o poco referenciados, como es el caso del nimio
personaje caracterizado por Charlize Theron, aunque las interpretaciones se
mantengan a flote. En ese aspecto destaca nuevamente un Michael Fassbender metido
a la perfección en la piel de un androide que acaba demostrando mayores
inquietudes existenciales que los propios humanos.
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