16 de julio de 2007

Taxidermia (2006), György Pálfi

Palfi, uno de los prometedores nuevos cineastas húngaros vuelve a sorprendernos tras su experimentación cinematográfica en Hukkle. El objetivo de Taxidermia no es otro que transgredir el ojo del espectador, algo que consigue de principio a fin. Pero no recurre a su propósito de forma gratuita. Trata de romper tabúes. Hace una crítica a los valores de la sociedad húngara -y por extensión mundial- desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Para ello, enlaza tres historias donde hay una clara experimentación sobre la utilización de los patrones de los géneros cinematográficos. En primer término expone un relato que se debate entre la realidad y la ficción, narrado en forma de cuento, donde además se permite intercalar elementos propios de la animación. En segundo término, su relato responde a las carácterísticas del film histórico-documental. Por último, entra en los caminos de la ciencia ficción. De tal forma que rompe primero con los tabués sexuales, critica duramente acto seguido los valores sociales del comunismo en Hungría, y todo, para llegar a una conclusión final donde echa por tierra los valores de la sociedad contemporánea.

Su objetivo es provocar, y para ello hace servir un sinfín de imágenes desagradables. A pesar de desviar con ello la atención de un espectador que con serias dificultades consigue mantererse sentado ante la pantalla, con dicha actiitud trata de incitarlo a la reflexión. Expone sin pudores todo aquello a lo que no estamos acostumbrados. Retoma las maneras de artistas y pensadores como Baudelaire, Flaubert o Lautrèamont en su objetivo de criticar a su sociedad desde lo grotesco y lo desagradable, desde aquello "prohibido". Testigo que retomaron otros tantos artistas en la carrera del s.XX por desmaterializar el arte y crear utilizando las vísceras, desde Schiele a Duschamp, a los accionistas vieneses, la performance o el body art.

Eso sí, Pálfi peca en ocasiones de caer en la repetición y –pese a su cometido- la vulgaridad. Algo que no merma el hecho de que estemos ante una obra de lo más interesante por su reflejo de lo abyecto, que además lo lleva a hacer denuncia social. Una obra difícil de ver por la dureza de unas imágenes que se acercan a lo siniestro, cuya fotografía justamente resulta ser de gran calidad, explotando así esa misma idea: intentar despertar el morbo, las ansias de ver más aunque resulte desagradable. La diferencia con el cine de Haneke –por ejemplo- es que Pálfi no pretende hacer que el espectador imagine la víscera, sino que se la ofrece sin más.

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