Un dios salvaje (2011), Roman Polanski
En El Ángel exterminador (Buñuel, 1962), un grupo de burgueses invitados a una ostentosa fiesta, quedan absortos al observar cómo, misteriosamente y en contra de su voluntad, no son capaces de salir del salón en el que se encuentran. Tras pasar la noche y advertir que nadie se ha retirado a descansar a su hogar, el doctor le dice intrigado al anfitrión: “Aunque algunos de nosotros lo hemos intentado, no hemos conseguido salir de esta habitación, ¿Qué está sucediendo aquí, Aranda?” En Un dios salvaje se repite varias veces prácticamente la misma frase, en otro orden. Una de las dos parejas protagonistas, expresa desde el principio su deseo de abandonar la casa, pero no lo consigue. Y es que primero las presentaciones y las formalidades, como más adelante las discusiones, les arrastran a quedarse.
Es ahí donde la película empieza a descubrir al lobo que se viste de cordero. Una mujer que vomita sobre un puñado de libros de arte de gran valor, un hombre que muestra el desprecio antes encubierto hacia su mujer, un teléfono móvil que no deja de sonar… Polanski y Reza exponen un extenso catálogo sobre las vanidades y los valores cuestionables de la sociedad occidental. La ironía y el sarcasmo se apoderan de la pantalla y entonces aflora con más fuerza todavía el cine de Buñuel. Se dan situaciones, reacciones y conclusiones que bien podrían estar sacadas de El discreto encanto de la burguesía (1972).
Responsable de obras únicas como La semilla del diablo (1968) o El pianista (2002), Polanski vuelve a reivindicar su condición de narrador nato. Aunque la película parece hecha con muy poco, es fruto de un aparato enorme que funciona como un reloj. La fantástica puesta en escena, la facilidad para crear una atmósfera de tensión y sarcasmo, la dirección de actores y la brillante interpretación de éstos, dan muestra de ello. Sin embargo, el texto de la obra teatral es tan potente que no llegamos a distinguir con certeza el estilismo del cineasta. No estamos ni mucho menos ante una de las grandes obras de Polanski, pero ésta supone sin duda un soplo de aire fresco dentro de una cartelera comercial demasiado atrofiada.
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