27 de enero de 2012

Los descendientes (2011), Alexander Payne

Los descendientes narra la historia de una familia que queda destrozada por el grave accidente de la madre, que queda en coma. Ante tan dramática situación, su marido Matt (George Clooney) debe salir adelante con sus dos hijas, con las que no está habituado a lidiar. Además, se topa con otros problemas no menos complicados. Es el administrador de un extenso terreno del que son copropietarios sus primos, quienes lo presionan a venderlo.

En un Hawai totalmente desmitificado, donde existe una especulación urbanística voraz, Matt debe volver a tomar las riendas de su vida. Porque en el paraíso del surf no todo es diversión y turismo.

El realizador norteamericano Alexander Payne se interesa de nuevo por la temática que recorre toda su filmografía: el ser humano y las vicisitudes a las que éste debe enfrentarse. En sus películas no hay héroes, la gente se equivoca, empieza de nuevo, afronta con mayor o menor éxito sus miedos. Sus personajes no son otra cosa que personas de carne y hueso. Y en ocasiones, incluso caricaturas de sí mismos.

Así ocurría con los protagonistas de Election (1999), notable sátira realizada al más puro estilo del Wes Anderson de La Academia Rushmore (1998) o Los Tenenbaums (2001). Aunque los problemas con los que se topan los protagonistas de Los descendientes y cómo los enfrentan, muestran un trasfondo más serio. En la línea de los que sufren Warren Schmidt en A propósito de Schmidt (2002) o Miles y Jack en Entre copas (2004). Sus personajes siempre se encuentran ante la posibilidad de equivocarse, y de hecho suelen hacerlo. Sufren hasta que consiguen enderezar su camino.

A simple vista puede interpretarse Los descendientes como un drama en mayúsculas, pero en el fondo lucha por no serlo. Y es que la forma en que Payne enfrenta sentimientos opuestos para evadir el dramatismo es excelente. Para ello, sus actores lo respaldan. Sobre todo un convincente George Clooney, que se llevó hace apenas unos días el galardón al mejor actor de drama en los Globos de Oro.

El realizador norteamericano contrapone momentos en que afloraría el llanto, con pequeños chispazos de humor e incluso de absurdo. Porque uno se encuentra ante el drama como ante la vida misma, en la que sin saber por qué, en momentos tan duros se es capaz de sonreír por la más absurda tontería, se esté en la habitación de un hospital o en un tanatorio.

No obstante, la película, que cuenta con cinco nominaciones a los Oscar, también tiene puntos flacos. Payne ha sido galardonado por sus guiones anteriores, pero en Los descendientes el resultado no es tan bueno. Aunque sigue el manual a rajatabla, abusa de los tópicos y algunos giros resultan pesados. Hay momentos del metraje que se acercan peligrosamente al telefilm, tanto que en ocasiones el espectador no sabe si está en el cine o en un sofá a las cuatro de la tarde. Aunque por suerte no llega a rebasar esa frontera, después de la primera media hora de metraje, la evolución de la trama se ve venir.

En conjunto, Los descendientes es una película destacable, pero desde luego, que se haya hecho con el galardón a la mejor película de drama en los Globos de Oro es exagerado y sólo puede indicar dos cosas: o que el jurado ha tenido poco criterio o que la calidad del cine mainstream de este año es baja.

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