5 de febrero de 2012

El gato desaparece (2011), Carlos Sorín

El gato desaparece supone un cambio en la carrera del realizador argentino Carlos Sorín, que abandona la Patagonia y su peculiar manera de entender la ficción cinematográfica para rodar en Buenos Aires y hacer cine de género.

El director de Historias mínimas (2002) siempre ha tenido un estilo muy característico que le ha situado como uno de los principales cineastas del cine argentino actual. Desde La película del rey (1986) a Bombón, el perro (2004), la Patagonia y la carretera son en su cine un personaje más. El gusto por la anécdota o su forma de entender la ficción a través de algunos elementos del documental, son otras marcas de la casa. Porque suele trabajar con actores no profesionales, con esbozos de guión, rodando situaciones espontáneas, dejándose llevar por los acontecimientos del rodaje.

Sin embargo, con El gato desaparece apuesta por el cine de género, en concreto por el suspense. Y para ello, retoma algunos aspectos a los que ya se acercaba en sus dos anteriores películas. Para empezar, localiza la película en Buenos Aires. Tal y como ocurría en El camino de San Diego (2006), donde el protagonista emprende un casi patético y largo camino hacia la capital de Argentina en busca de su ídolo Diego Armando Maradona. Lo cual nos muestra además al personaje típico de Sorín: el perdedor. Y con él otro pilar del cine del argentino: siempre intenta mostrar la ambición y la alegría con la que enfrentan la vida aquellos que tienen muy poco.

El gato desaparece se abre de forma original e irónica, quiénes son los personajes y por qué se encuentran en esta situación. Esto es, que nos presenta aquello que debemos saber sobre el matrimonio protagonista, pero sin mostrárnoslo todavía físicamente. Luís ha sufrido un brote psicótico violento que le ha mantenido internado durante un tiempo. Su mujer Beatriz, celebra que pueda al fin volver a casa siguiendo un tratamiento temporal. Sin embargo, no puede evitar pensar en la posibilidad de que vuelva a ocurrir algo parecido.

Con ese punto de partida, Sorín articula un thriller que transcurre principalmente en un mismo espacio cerrado, donde la puesta en escena juega un rol fundamental (como ya sucedía en La ventana, 2008). Y donde consigue mantener en todo momento el suspense, alargando algunas escenas hasta el momento exacto, dotando de la pausa necesaria las acciones de sus personajes.

Aunque El gato desaparece suponga un giro en la carrera del realizador argentino, lo cierto es que continúa filmando con la misma sobriedad. Sus personajes son en el fondo los de siempre. Sencillos, naturales, espontáneos. Porque Sorín continúa mostrando una de sus mayores virtudes, contar mucho con muy poco.

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