18 de febrero de 2012

J. Edgar (2011), Clint Eastwood

Que la interpretación y el físico de los actores es el elemento principal del cine no es algo nuevo. Porque por muy buenos que sean los medios, si los actores no son creíbles, la película se desmorona. En J. Edgar las interpretaciones son excelentes, pero a pesar de todo, cuesta creerse físicamente a los protagonistas. Como se ha venido diciendo desde su estreno, el maquillaje no consigue transformar al completo a los personajes. Algo casi imposible, si tenemos en cuenta que los vemos envejecer cincuenta años.

Por lo demás, J. Edgar es otro producto marca de la casa. Lo último de Clint Eastwood, uno de los grandes monstruos cinematográficos de Hollywood. Dejando pues al margen la posibilidad de haber utilizado a otros actores para interpretar la vejez de los protagonistas, la película resume el carácter esencial del cine del director de Gran Torino (2008). Conserva su gusto por la narración precisa, por el carácter pictórico de los planos, el interés por adentrarse en momentos clave de la historia de su país. Porque el cine de Eastwood nos ha contado ni más ni menos que la historia del último siglo. Algunos de sus mejores títulos lo reflejan: Sin Perdón (la antesala del capitalismo); El Intercambio (la Gran Depresión); Cartas desde Iwo Jima (Segunda Guera Mundial); Cazador blanco, corazón negro (los cincuenta), Los puentes de Madison (los sesenta), Un mundo perfecto (los setenta); El sargento de hierro (los ochenta); Poder absoluto (los noventa) y Million Dollar Baby (el inicio del s. XXI).

En esta ocasión el cineasta norteamericano nos presenta un biopic sobre la vida de J. Edgar Hoover. Narrado hábilmente de forma no lineal, con un punto de vista claro y omnipresente, que no es otro que el del propio Hoover. El director del Federal Bureau of Investigation (FBI) toma la palabra para retratarse a sí mismo, para que veamos a través de sus memorias la clase de hombre que fue y cómo quería que se le recordara. Sin embargo, y sobre todo a medida que va avanzando la película, es Eastwood quien le toma el testigo al tirano, para mostrarnos su lado más humano, su faceta más desconocida. De tal manera que surge la contradicción pura, el contraste entre el ser idealizado y el hombre de a pie. Se desnuda al mito para mostrar su patetismo, las facetas más ocultas de su carácter, contrapuestas a su imagen pública.

J. Edgar Hoover dedicó su vida de forma fanática, a la persecución de la amenaza antiamericana. Protagonista de la caza de brujas, estuvo al frente del servicio de inteligencia americano durante 48 años. Actuando casi con total impunidad, tomando la ley por su mano cuando lo creía necesario. Anticomunista, racista y antisemita, Hoover sobrevivió al mandado de ocho presidentes (Coolidge, H. Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon). Y es que algunos de ellos intentaron destituirle, y si no lo consiguieron, fue principalmente por miedo a que se descubrieran sus secretos. Porque Hoover tenía investigado incluso al más poderoso de ellos. Nunca se sabía que carta podía tener en la manga, por eso todos lo temían.

Aunque es excelente describiendo los acontecimientos políticos, Eastwood no vuelca en ellos mayor parte de su interés. Le interesa más el Hoover que, creyéndose superior a sus congéneres, sufría ansiedad y dificultad en el habla; el hombre que vivió con su madre durante casi toda su vida y no se atrevió a reconocer su homosexualidad. La película acaba siendo más que una trama política, una historia de amor contenida.

No hay comentarios: