20 de julio de 2012

El dictador (2012), Larry Charles


El tándem Larry Charles y Sacha Baron Cohen ha dado mucho de qué hablar en los últimos años. Partiendo de su más que polémica Borat, que causó crispación en ciertos círculos de la Academia estadounidense, han realizado tres producciones en las que el británico Baron Cohen es protagonista y coguionista. Y su personalidad salta a la vista en cada una de ellas, como lo hizo en su notable interpretación en La invención de Hugo (Martin Scorsese,  2011).

Ambos han creado un estilo característico e incendiario, no sin tomar alguna que otra referencia de otros cineastas. En este caso, la mueca se hace visible desde el propio título de la película, a El gran dictador, una de las obras maestras del único e inigualable Charles Chaplin. Larry Charles y Baron Cohen van más allá y toman además en herencia el elemento del “doble” (por el desdoblamiento del personaje del dictador en ambas películas), la sátira creativa e incisiva e incluso algunos fragmentos de diálogo que pasadas las décadas podrían perfectamente adecuarse de una a otra película.

Quizás el planteamiento de El dictador sea menos inteligente y profundo que el de Chaplin, pero da rienda suelta a todo un repertorio de gags y situaciones de total desparrame y locura. Momentos en los que no se salva nadie, porque hay mamporros para todos. Como en Borat, se echa mano de las diferencias culturales entre el pueblo norteamericano y lo que le es ajeno, para cuestionar sus costumbres e ideologías. Así Sacha Cohen encarna a un dictador musulmán de un país del norte de África que viaja a Estados Unidos y es víctima de una conspiración que tiene como cometido la instauración de la democracia en su país. De esta forma consigue comparar cínicamente unas y otras culturas y algunas de las acciones que acometen. Tanto que en cada escena se busca el alboroto y una carcajada mayor, utilizando como arma principal la provocación.

Esta vez no existe ese formado difícil de encasillar, de ficción en clave documental que vimos en Borat. Se trata de un relato convencional donde hay espacio para la historia de amor, la evolución psicológica típica del personaje y un planteamiento de estructuración clásico en tres partes. Eso sí, hay espacio de sobra para la risa y la crítica.

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