La delicadeza (2011), David y Stèphane Foenkinos
Nathalie y François se
conocieron en un café de París de una forma de lo más espontánea y mágica.
Desde entonces, decidieron compartir sus vidas y fueron felices.
Así se abre La delizadeza y por unos minutos todo es
demasiado perfecto. Demasiado platónico, demasiado poético. Hasta que la
burbuja se rompe de la forma más trágica. Y entonces comienza verdaderamente la
película que intenta de alguna manera, romper un tanto la norma, aunque ni
mucho menos aporte nada nuevo. La
delicadeza sigue de alguna manera el enfoque de cierto cine francés que se
ha venido realizando en los últimos años. Se niega a seguir los cánones del
melodrama, a hacer de una situación trágica, un martirio. Aborda la trama intercalando
escenas de humor comedido y situaciones que desembocan ante todo en momentos de
verdadero optimismo. Siguiendo una línea cercana a la reciente Declaración de guerra, de Valérie
Donzelli, con la que comparte además el importante protagonismo de la banda
sonora. Los distintos temas musicales de La
delicadeza acompañan en todo momento a sus protagonistas enfatizando cada
uno de sus gestos, de sus estados anímicos, de sus pasos. Lo cuál no es sino uno
de los elementos que la acerca a los tipismos de ese cierto cine francés del
que hablamos. Puesto que por otro lado, se producen algunos momentos que rozan
la ingenuidad y la cursilería, a única falta de introducir alguna escena
musical.
Quizá como seña
inevitable de alguien dedicado anteriormente a las letras como David Foenkinos (que
aquí adapta su propia novela) en algún que otro instante el diálogo se vuelve
redundante e innecesario con respecto a lo que reproduce el lenguaje visual.
Por suerte, su película también sabe responder con chispazos de buen cine. Algo
de lo que son principalmente responsables sus intérpretes. Audrey Tautou
(Nathalie) responde con la capacidad que era de esperar y se echa la película a
sus espaldas interpretando a un personaje cuyos rasgos le son familiares. Su
carácter impulsivo, su aparente fragilidad e inocencia, su positividad, etc. Alguien
que encuentra el contrapunto perfecto (o complemento, según se mire) en la
figura de François Damiens, que encarna notablemente al desdichado y excéntrico
Markus.
En definitiva, el amor es
imperfecto y así lo exponen David y Stèphane Foenkinos. Puede ser de verdad muy
raro, como también desafortunado o imprevisible. Pero lo importante, y sobre todo, lo más difícil,
es saber interpretarlo.
1 comentario:
Fui a verla hace unos días, y la verdad, flojita flojita. Eso sí, las interpretaciones están más que bien. Y dulzona, lo es.
Saludos ;)
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