Ausencia y austeridad
Con estas dos palabras podríamos definir el primer largometraje de Paz Encina, la primera película paraguaya en 35 mm en más de treinta años. Austeridad porque el celuloide ve la luz con una economía de medios envidiable, rodándose con una cámara que no capta más que una veintena de planos fijos repartidos en 73 minutos. Ausencia, en la ausencia de un personaje que no llega a someterse a la mirada de la cámara y en torno al que trata la propia película, cuya estructura y aspectos formales hacen que dicha añoranza o carencia se haga asfixiante, casi insoportable.
La sostenibilidad de los planos se ve reforzada por la lentitud de los movimientos de los personajes dentro de ellos. Éstos entran y salen de cuadro a su antojo, haciéndolo de un modo tan cuidadoso y hastiado que parece que se arrastren. Los protagonistas son una pareja de almas en pena que casi se mueven por inercia, agonizantes ante la espera del hijo que se encuentra en el frente de batalla. El marco temporal en el que se ubica el film es un marco histórico real, de la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935. Sin embargo, el espectador no está seguro de qué momento de esa angustiosa espera está viviendo. Casi parece asistir a toda una vida de sus protagonistas transcurrida en torno a unos diálogos monotemáticos, de los que participa además el hijo ausente. Con lo que, a pesar de que la estructura cíclica del film, parezca corresponder al recorrido diario del sol, se nos antoja la posibilidad de estar viendo escenas que abarcan distintos días, meses o incluso años. Esta estructura de la que hablamos, destaca por su sencillez y por la sobriedad de sus elementos.
Si analizamos los breves cambios de plano que se producen a lo largo del film, casi podríamos estructurarlo contándolos. El eje estructural es un plano general en cuyo centro se encuentra una hamaca. Con él no sólo se abre y se cierra el film, sino que además, sirve como nexo entre la primera y la segunda parte del film. Cada cual es un plano secuencia únicamente alterado por la incursión de tres planos de un cielo nublado al que hacen referencia los diálogos. Su duración cobra a su vez gran importancia, ya que cada uno supera los 15 minutos. La ordenación del resto de secuencias sigue respondiendo a tales reglas simétricas. Sin embargo sólo en éstas tres el diálogo responde a la imagen, en el resto del film imagen y sonido están vinculados, pero no estrictamente en el plano espacio temporal.
Tras la primera secuencia, la segunda y la tercera ofrecen el trabajo diario del padre y el de la madre del hijo ausente, mientras escuchamos sendos diálogos entre padre e hijo y madre e hijo. Ambas secuencias responden a la misma tipología de plano, donde las figuras se agrupan y se comportan de la misma manera dentro del cuadro –aparecen prácticamente de espaldas, como ajenos al acto fílmico-. Además, al final de las secuencias se acorta el plano, acercándose a las figuras, tomando mayor detalle de sus movimientos. Tras ellas, otorga cierta frescura un plano del trabajo en el campo donde ésta vez el padre –Ramón- aparece acompañado por más gente, al igual que la madre –Cándida- en el plano siguiente. Coincidiendo con que su ubicación se acerca a la mitad del metraje, se repite en este momento la tipología del plano secuencia de la hamaca. Podríamos que acaba la primera parte del film y comienza la segunda, valiendo este plano secuencia como nexo entre ambas partes. Técnicamente es el ecuador del metraje; en la narración interna del film, el ecuador del día. Y la estructura de ésta segunda

parte resulta simétrica a la primera. Una secuencia muestra a Ramón, y la siguiente a Cándida, reflexivos y un tanto depresivos, sentados cabizbajos advirtiendo su perfil ante la cámara. Tras lo cual -antes del plano secuencia final del que hemos hablado-, al igual que en la primera parte del film, un elemento da un atisbo de dinamismo a tan austera estructura. Un plano contraplano de los rostros pensativos de los protagonistas, pasan a preceder la secuencia final.

Con todo, por su trabajo en el montaje y su economía de medios, podemos decir que
La hamaca paraguaya se configura como un elogio a la sencillez y una de las apuestas más radicales que hemos podido ver en los últimos años. Y desde luego, demuestra que aún existen posibilidades estéticas y expresivas por explorar.