10 de febrero de 2008

Resonancias (I)


La joven de la perla (1665-66) de Vermeer y La joven de la perla (2005) de Peter Weber.


Al igual que la pintura ha buscado representar algunos de los cometidos del cine, como la fragmentación del plano o -y sobre todo- el movimiento, el cine, se hace servir -y mucho- de la pintura. Aunque las verdaderas relaciones entre cine y pintura son subterráneas, no podemos olvidar que entre ambas disciplinas existen lugares comunes en cuanto a ciertos modos de composición del cuadro, de perspectiva, de dominantes cromáticos, etc. En definitiva en lo que a sus modos de representación se refiere. En algunos casos, el cineasta recurre a la pintura imitándola a modo de tableau vivant. Los elementos ficticios de un cuadro son reproducidos por el cineasta con unas figuras y unos objetos o paisajes, reales, de tal manera que la obra pictórica parece tomar vida. Entonces, el cineasta filma, plasma su mirada, dotando a esos personajes de la misma mágia que los dotó la pintura. Esa es la verdadera fuerza de una imagen, que perdura a través de los siglos de una disciplina a otra.

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