El nombre (2012), Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte
En el cine, una cena casi
siempre es un buen pretexto para sacar el lado oscuro de sus comensales. Con la
ayuda de un buen vino, afloran sentimientos dormidos y secretos que pueden
acabar haciendo daño. En la magnífica película de Thomas Vinterberg Celebración, se destapaba un encubierto
y horrible pasado familiar que nadie esperaba. De forma similar a cómo sucedía
en Melancolía (Lars Von Trier) o la
recientemente reseñada en estas páginas, El
Skilab (Julie Delpy), donde entre risas se sacaban a la luz los platos
sucios de familia y amigos.
En El nombre, cinco amigos que se reúnen para cenar discuten
precisamente sobre el nombre que uno de ellos le va a poner a su hijo. Algo tan
trivial, que produce una larga y acalorada discusión que ocupa la mayor parte
del metraje, desarrollándose en un único ambiente, el salón de un piso
parisino. Esto nos remite indudablemente por su carácter teatral a la obra de
Yasmina Reza, y por ende a su versión cinematográfica adaptada por Roman
Polanski en Un dios salvaje. Ambas
lanzan su mirada hacia la hipocresía de los cánones burgueses, El nombre otorgando más importancia al
divertimento y la comedia, la película de Polanski de forma más crítica y
profunda.
Aunque la mayor parte
de la película de Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte se manifiesta según
el estilo de Reza, en ella diferenciamos tres fases claramente definidas. La
película se inicia siguiendo el reconocible estilo de Jean Jeunet (tan
popularizado en el cine francés de los últimos años). Voz en off, movimientos
de cámara dinámicos y envolventes, montaje rápido y vistoso, tono poético y con
toques de humor… El nombre sostiene
un prólogo demasiado largo que sirve para presentar a los personajes y cuyo
tono narrativo se retoma en el desenlace. De esta manera la película queda
definida claramente como una comedia al uso en su arranque, con tintes
claramente comerciales. Sin embargo, cuando se mete en el piso donde se produce
la cena, se quita la careta y debajo surgen temas muy serios. Tanto que llegado
el momento parece que aquello va a terminar en un gran drama. Hasta que el
tramo final rescata el espíritu del inicio y la narración se vuelve de nuevo
rápida y más humorística. Quitándole importancia a un asunto que pudo llegar
más lejos.
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