28 de septiembre de 2012

El nombre (2012), Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte



En el cine, una cena casi siempre es un buen pretexto para sacar el lado oscuro de sus comensales. Con la ayuda de un buen vino, afloran sentimientos dormidos y secretos que pueden acabar haciendo daño. En la magnífica película de Thomas Vinterberg Celebración, se destapaba un encubierto y horrible pasado familiar que nadie esperaba. De forma similar a cómo sucedía en Melancolía (Lars Von Trier) o la recientemente reseñada en estas páginas, El Skilab (Julie Delpy), donde entre risas se sacaban a la luz los platos sucios de familia y amigos. 

En El nombre, cinco amigos que se reúnen para cenar discuten precisamente sobre el nombre que uno de ellos le va a poner a su hijo. Algo tan trivial, que produce una larga y acalorada discusión que ocupa la mayor parte del metraje, desarrollándose en un único ambiente, el salón de un piso parisino. Esto nos remite indudablemente por su carácter teatral a la obra de Yasmina Reza, y por ende a su versión cinematográfica adaptada por Roman Polanski en Un dios salvaje. Ambas lanzan su mirada hacia la hipocresía de los cánones burgueses, El nombre otorgando más importancia al divertimento y la comedia, la película de Polanski de forma más crítica y profunda.

Aunque la mayor parte de la película de Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte se manifiesta según el estilo de Reza, en ella diferenciamos tres fases claramente definidas. La película se inicia siguiendo el reconocible estilo de Jean Jeunet (tan popularizado en el cine francés de los últimos años). Voz en off, movimientos de cámara dinámicos y envolventes, montaje rápido y vistoso, tono poético y con toques de humor… El nombre sostiene un prólogo demasiado largo que sirve para presentar a los personajes y cuyo tono narrativo se retoma en el desenlace. De esta manera la película queda definida claramente como una comedia al uso en su arranque, con tintes claramente comerciales. Sin embargo, cuando se mete en el piso donde se produce la cena, se quita la careta y debajo surgen temas muy serios. Tanto que llegado el momento parece que aquello va a terminar en un gran drama. Hasta que el tramo final rescata el espíritu del inicio y la narración se vuelve de nuevo rápida y más humorística. Quitándole importancia a un asunto que pudo llegar más lejos.

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