Un poema musical: "Latcho Drom" (1992). El cine de Tony Gatlif: vivencias cíngaras (V)
El concepto de música como elemento que acompaña, caracteriza e identifica a un pueblo, es algo que en Latcho drom se revasa por completo. La música se convierte en la voz del mensaje que el cineasta nos quiere hacer llegar.
Esta película narra por primera vez en la historia del cine, la evolución histórica de la migración de los pueblos romá. Un testimonio de su exilio constante. Para ello la cámara –y con ella, el espectador-, realiza un viaje a través de India, Egipto, Turquía, Rumania, Hungría, Eslovaquia, Francia y España, repasando las distintas vertientes musicales e instrumentaciones de los pueblos cíngaros que hoy habitan en dichos países.
Se trata de exponer en el celuloide lo más puro que reside en el interior de estos pueblos: su canto, su danza y su música. A través de sus distintos cantos y apoyándose en una bellísima fotografía, Gatlif articula lo que él mismo denomina un himno gitano.
De este modo, el film carece en su totalidad de diálogos. Es la música de los gitanos, la que habla, la que narra su propia historia respaldada por el recorrido geográfico de la cámara. Por ello, el conjunto, supone una reflexión sobre las propiedades narrativas de la música.
No obstante, Gatlif no pierde su sentido crítico. El contenido de la música abarca todo tipo de temáticas. Comenzando con el amor cortés indio, desemboca en la crítica política de la mano de la canción rumana contra el régimen de Ceaucescu, la húngara que evoca los campos de Auschwitz y la flamenca que denuncia de la intolerancia que sufre el pueblo gitano.
Esta película narra por primera vez en la historia del cine, la evolución histórica de la migración de los pueblos romá. Un testimonio de su exilio constante. Para ello la cámara –y con ella, el espectador-, realiza un viaje a través de India, Egipto, Turquía, Rumania, Hungría, Eslovaquia, Francia y España, repasando las distintas vertientes musicales e instrumentaciones de los pueblos cíngaros que hoy habitan en dichos países.
Se trata de exponer en el celuloide lo más puro que reside en el interior de estos pueblos: su canto, su danza y su música. A través de sus distintos cantos y apoyándose en una bellísima fotografía, Gatlif articula lo que él mismo denomina un himno gitano.
De este modo, el film carece en su totalidad de diálogos. Es la música de los gitanos, la que habla, la que narra su propia historia respaldada por el recorrido geográfico de la cámara. Por ello, el conjunto, supone una reflexión sobre las propiedades narrativas de la música.
No obstante, Gatlif no pierde su sentido crítico. El contenido de la música abarca todo tipo de temáticas. Comenzando con el amor cortés indio, desemboca en la crítica política de la mano de la canción rumana contra el régimen de Ceaucescu, la húngara que evoca los campos de Auschwitz y la flamenca que denuncia de la intolerancia que sufre el pueblo gitano.
El resultado es un film simple y muy bien organizado, donde no hay forma de dilucidar algún género cinematográfico. Al igual que en Sevillanas y Flamenco de Saura, en el film una interpretación musical precede a otra sin ningún tipo de explicación, simplemente de forma expositiva a modo de imagen documental. No obstante, es todo lo contrario, pues al fin y al cabo, los músicos lo único que hacen es actuar. Ha sido articulada una puesta en escena detallada para desarrollar la acción, y más todavía en el caso de Gatlif -que busca distintos espacios a lo largo de su viaje- que en el de Saura, que al fin y al cabo, utiliza en todo momento el mismo plató con pequeñas variantes.
Algo parecido experimenta -con distinto cometido- Llorenç Soler en Lola vende cá. En este caso, la preocupación no es musical, sino social. El discurso narrativo entrelaza ficción y documental, de tal manera que el espectador asiste a una especie de “rodaje de una historia real”. En él aparecen la protagonista verdadera, la actriz bajo el papel de dicha protagonista y por último la actriz como ella misma, exponiendo sus opiniones sin interpretar a su personaje. Una de las escenas del film nos sirve como definitoria de su totalidad: La pareja de protagonistas corren por la calle escapando del impedimento, por parte de sus padres, de consagrar su amor. Primeramente observamos el plano desde cámara subjetiva que lanza el cuadro desde la casa de la que acaban de salir. Acto seguido la cámara pasa a ser subjetiva bajo el punto de vista de los amantes. Finalmente, un plano general nos muestra a éstos corriendo mientras son filmados por el cámara.
Por lo tanto, desembocan aquí diversos puntos de vista, de tal modo que no sólo el espectador toma cartas en el asunto, sino también el propio cine. Al igual que en Latcho drom, se mezclan ficción y realidad documental, con la diferencia que Soler los alterna y Gatlif los fusiona.
Es por ello, que la crítica llegó a denominar al film del realizador argelino como el más verdadero de ese año, en que se llevó el Un certain regard de Cannes.
Algo parecido experimenta -con distinto cometido- Llorenç Soler en Lola vende cá. En este caso, la preocupación no es musical, sino social. El discurso narrativo entrelaza ficción y documental, de tal manera que el espectador asiste a una especie de “rodaje de una historia real”. En él aparecen la protagonista verdadera, la actriz bajo el papel de dicha protagonista y por último la actriz como ella misma, exponiendo sus opiniones sin interpretar a su personaje. Una de las escenas del film nos sirve como definitoria de su totalidad: La pareja de protagonistas corren por la calle escapando del impedimento, por parte de sus padres, de consagrar su amor. Primeramente observamos el plano desde cámara subjetiva que lanza el cuadro desde la casa de la que acaban de salir. Acto seguido la cámara pasa a ser subjetiva bajo el punto de vista de los amantes. Finalmente, un plano general nos muestra a éstos corriendo mientras son filmados por el cámara.
Por lo tanto, desembocan aquí diversos puntos de vista, de tal modo que no sólo el espectador toma cartas en el asunto, sino también el propio cine. Al igual que en Latcho drom, se mezclan ficción y realidad documental, con la diferencia que Soler los alterna y Gatlif los fusiona.
Es por ello, que la crítica llegó a denominar al film del realizador argelino como el más verdadero de ese año, en que se llevó el Un certain regard de Cannes.
1 comentario:
Es una de las películas más bellas que he visto. Una etnografía hecha arte.
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